Hace tiempo que algo no me perturbaba de esta forma. Ayer bajé de la red la ultra famosa cinta, quesque de culto -odio esta expresión tan coja de significado-, "The Human Centipede" (Tom Six, 2009), inconseguible en México y ni qué hablar de su estreno en cines.

La bajé porque me enteré de que se encuentra en plena producción la segunda parte, a estrenarse en 2011, y ya estaba un poco harta de que todo el mundo me retara: "No la vas a soportar". ¿Me están retando a no ver una película, a moi?, pensé.

A posteriori, quizás debí haberlo hecho dos veces.

Para no hacerles el cuento largo, les diré que "The Human Centipede" cuenta la bonita historia de cirujano retirado que quiere unir quirúrgicamente a tres personas a través de sus sistemas digestivos, de la boca hasta el ano, con el bonito plan de crear un ciempiés humano.

Aderezan la trama dos turistillas gringas que mochilean por Europa, quienes, después de un accidente automovilístico en Alemania, despiertan junto a un hombre japonés, en lo que parece la habitación de un hospital, aunque en realidad es el sótano del Dr. Heiter, un médico alemán que se dedicaba a separar siameses y al que, se nota, su madre quería y mimaba muchísimo.

Todo muy lindo hasta acá, nada que el estómago de un fan de "Cannibal Holocaust" (Ruggero Deodato, 1980) no aguante. Yo, particularmente sensible del dolor animal, resistí durante esa película la decapitación de un mono y a una tortuga a cámara. La vida es cruel, pensé.

Pero hay algo en Holocausto Cannibal que The Human Centipede no tiene: algo que avisa que, si bien podrías estar mirando la alegoría de una humanidad enferma, no la estás viendo de frente.

Se trata de reírse, sí. Tampoco vamos a ponernos tontamente serios con un tema que no lo es, pero la escatología de The Human Centipede alude mucho más a tu imaginación, a tu propia torcida humanidad, que cualquier otra película gore que me haya pasado frente a los ojos.

No en vano habla de un doctor alemán, que no sé si recuerda a Goebbels o mejor dicho al terror que yo misma me he creado de Goebbels tras todos estos años de películas del holocausto.

En realidad, The Human Centipede puede hacerte vomitar sin sangre, sin efectos especiales, sin obviedades a cámara: te hace vomitar de pura imaginación.


Eso es lo perturbador. Que yo, es decir, moi, puedo fácilmente cometer ese acto imaginativo, que el director holandés pudo sacar, sin que yo le diera permiso, algo horrible de mí.

Por lo demás, es obvio que el director no pudo con el paquete. Aparte de horrorizarme, la película es plana, con un desenlace fuera de todo contexto y termina por aburrirte. Pero lo otro, lo de verte en un espejo el alma, eso no se te va a olvidar nunca.