EL SENOR VIENTO
Hace cuatro años lo vimos llenar un portafolio de dinero ilícito. Hoy, sin pertenecer a ningún partido ha vuelto para adueñarse de la política de la ciudad. A la estrategia con que aumenta su poder en todo el país la llama “viento”.

TEXTO: MAEL VALLEJO
FOTOS:  PROCESO FOTO

Excitadas, decenas de personas cuchichean por el arribo inminente de su líder: “El profesor”. El olor a garnacha que nace en la estación Normal del Metro alcanza Amado Nervo y Lauro Aguirre, esquina donde la Mitsubishi Endeavor negra ya se detiene. Impecable, el vehículo contrasta con una calle grafiteada y en penumbras.

En cuanto el chofer frena y René Bejarano pone un pie fuera, cinco personas emocionadas lo reciben. El político hace una mueca que parece una sonrisa. Acomoda su traje negro e ingresa a su búnker atestado, el Salón Ícaro, con su esposa Dolores Padierna.
«Ya llegó el profesor», es la noticia que se esparce entre los 300 asistentes. Un gentío se apresura a la puerta. Los hombres aprietan con sus dos manos la de él; las mujeres lo besan, lo abrazan, anhelantes.

Él conserva su sonrisa triste, les palmea la espalda y los oye, aunque casi no responde. «Buenas noches, nos vemos al ratito.» Avanza tres pasos y otros cinco lo saludan. Le entregan fólders con solicitudes, le piden que les regularice un predio o un taxi, que los apoye con un empleo. «Veremos qué hacer —contesta—, ten por seguro que lo voy a checar.»
—Profesor, écheme la mano, le dejo mi asunto: quieren desalojarme —exclama una mujer canosa que dice conocerlo de años atrás.
—Claro que me acuerdo de ti —responde él—, pero olvidé tu nombre.

Cuando termina de recorrer los 50 metros entre la puerta y el estrado, tiene en sus manos 20 fólders. A 1.5 metros del suelo, observa las 40 mesas redondas de aserrín prensado que llenan sus seguidores en este austero salón amarillo de 500 mts2 que parece bodega. En las mesas hay refrescos de dos litros, vasos de plástico y bolsas de Sabritones que la gente mastica. Algunos admiradores portan playeras con logos de delegaciones, del PRD y de grupos como los taxistas pirata “Pantera”.
Bejarano se acerca a la mesa en que lo esperan 15 perredistas. Cuando se sienta todos se levantan a saludarlo. Ahí están Manuel Oropeza, presidente del PRD-DF; Rosa Márquez, secretaria de Desarrollo Rural del gobierno de Marcelo Ebrard; Francisco Garduño, “subsecretario de Relaciones Políticas del gobierno legítimo” de Andrés Manuel López Obrador; los delegados en Cuauhtémoc y Azcapotzalco José Luis Muñoz y Alejandro Carvajal; el líder de los Panchos Villa Agustín González y el asambleísta Agustín Guerrero.

Los perredistas se saludan entre sí deslizando las palmas y chocando sus puños. A Bejarano, en cambio, lo rodean para darle la mano de modo tradicional. Sin excepción lo llaman “profesor”. Dolores, sentada al margen del “protocolo”, prefiere revisar sus notas.
Antes de que se encienda el micrófono, entre carcajadas hablan de las próximas elecciones de julio, de las candidaturas ganadas y perdidas. «Se logró lo que se buscaba (vencer en las internas del PRD), pero cómo la hicieron cansada», suelta Bejarano, aludiendo a Nueva Izquierda (NI), su corriente enemiga liderada por Jesús Ortega.

A las 9 pm el presentador se levanta: «Está con nosotros nuestro máximo dirigente nacional: ¡el profesor René Bejarano!» Se desbarrancan los aplausos del gentío. Él se levanta, saluda con ambas manos y, ahora sí, sonríe con amplitud.

Inaugura los discursos el titular del PRD-DF: «Hablamos con Andrés Manuel y acordamos que grabe un spot invitando a votar por nuestros candidatos. Participará en 30 eventos en las 16 delegaciones de mayo a julio. Está pactado.» Bejarano toma nota con una pluma fuente plateada en un cuadernito de forma francesa. No habla, no ve a nadie.

La siguiente oradora, Padierna, dice que «ahorita, lo que nos conviene es mantener la paz» con Jesús Ortega. Bejarano no levanta la vista hasta que aparece en escena un joven de 20 años: «José, de Huimanguillo, Tabasco, miembro de las fuerzas juveniles del partido.» De traje, José lee un discurso sobre la juventud citando a José Vasconcelos y al filósofo anarquista Henry Thoreau. Pocos lo oyen. «Ese niño parece priísta, no se le entiende nada», dice un anciano saliendo del salón para fumar un cigarro. Minutos después, todos aclaman a José.

Bejarano toma la palabra y elogia a la “joven promesa” de la política mexicana. Abre su cuadernito y comienza: «Compañeros y compañeras, José llegó a mi casa para decirme que era miembro de nuestro movimiento, que vino desde Tabasco a estudiar la universidad, pero que no tenía comida ni casa. Le pregunté para qué era bueno y me dijo que era campeón en oratoria, y ya lo comprobé. Está conmigo ahorita, pero le voy a pedir a los compañeros que ganan bien que nos apoyen para mandarlo a la universidad y tenga dónde quedarse. Le veo muy buen futuro, ¿no creen?»

Han pasado poco más de tres horas de la reunión y Bejarano sigue hablando con el mismo tono sin modulaciones: «En las calles están quienes debemos reclutar: niños sin interés en la política, jóvenes que ven a la izquierda como estrafalarios que se pelean entre ellos. Adelante, compañeras y compañeros, vamos por ellos.» A la medianoche los asistentes están agotados. Intenta volverlos a la vida con un chiste: «Me dicen desde Jalapa que nos van a dar un viaje todo pagado para allá… pero todo pagado por nosotros mismos.» Hay sonrisas forzadas entre los asistentes, muy notorias en los del estrado.

UN BUEN REGISTRO
Llego a la oficina de Bejarano, cercana al Metro Villa de Cortés: calle Isabel la Católica 1003, colonia Niños Héroes, la misma donde el profesor vive con su familia. Hacer un reportaje sobre él me ha llevado a apilar rechazos de políticos de todos los niveles: «Ya ni siquiera es un personaje público, ¿o sí?» «No puedo hablar de él así nomás.» «Preferiría no hablar de él en este momento.» «Pa’ qué te metes en broncas.»
Creo que, esta vez, es válido volverme un bejaranista unos días y conocer algo de su corriente desde adentro.
El despacho del Movimiento Nacional por la Esperanza (MNE) está junto a las múltiples ferreterías diminutas del mercado de Portales. Entro. «Quiero registrarme», le digo a una secretaria en sus 30, de traje sastre y sonrisa amable. Levanto la mirada. En varios cubículos, diez personas teclean concentradas sus PC.
La señorita me extiende una hoja de registro. Debo poner mi nombre, teléfonos de casa, oficina y celular, y dirección. También mi email. El formato pide el folio de mi credencial del IFE, clave de elector, año de registro, estado, distrito, delegación, localidad y sección. Ningún dato de mi credencial para votar queda al margen de su conocimiento.
—¿Por qué quieren los datos de la credencial del IFE? —pregunto.
—Para tener un buen registro —contesta.
—¿No vaya a aparecer en el padrón del PRD, eh? —bromeo: ese partido prohibió a sus militantes acercarse a Bejarano. Ella ríe.
La mujer me asigna al grupo de la delegación Benito Juárez, donde vivo. Anota el nombre de un dirigente que no logro leer.
—¿Cuál es el nombre del dirigente?
—Él te va a llamar —contesta—. En tu email sabrás a qué eventos debes asistir.
Me pasa varios papeles sobre grupos del movimiento: mujeres, ecología, sindicatos. «Estarías bien para el grupo de jóvenes», sugiere. Pido un teléfono para contactarlos. «Ellos también te van a buscar», contesta.
Días después llega a mi email un mensaje donde, diciéndome “compañero”, me piden acudir a una reunión con Bejarano para apoyar «el avance de las clases populares». El salón de la colonia Agricultura al que debo ir y en el que Bejarano se reúne cada martes con su gente se llama “Ícaro”. Reviso La Metamorfosis, de Ovidio, para leer el mito griego: desesperado por huir de la prisión en que el Rey Minos lo mantenía, el niño Ícaro se puso las alas de plumas y cera que le creó Dédalo, su padre, quien le dijo: para evitar que el sol las derrita, no vueles muy alto. Ícaro emprendió la travesía, pero desobedeció y cayó a la inmensidad del mar. Su castigo por ascender más de lo debido fue la muerte.

Reflexiono en las “coincidencias”: Bejarano, el político que fue a dar a prisión y que por querer volar demasiado alto fue sentenciado a muerte por el sol (el partido del sol). Pero en la analogía algo no checa. Bejarano sobrevivió. Es más: aún vuela alto.

EL NUEVO PARTIDO

El salón Ícaro está junto a la Escuela Normal de Maestros, donde Bejarano estudió. Encabeza ahí las reuniones del MNE, que fundó en agosto de 2004 —meses después de ser expulsado del PRD— para movilizar gente en pro de AMLO, entonces en proceso de desafuero. Hoy, su objetivo sigue siendo el mismo: apoyar al “presidente legítimo”.

El diputado Enrique Vargas, presidente de la Comisión de Hacienda de la Asamblea Legislativa y hombre cercano a René desde los 80 —cuando militaban en el Movimiento Urbano Popular—, define así la corriente de su amigo, de la que es parte: «El único proyecto organizado de izquierda en el país, el soporte social para Andrés Manuel.»

El MNE no se ciñe a «ninguna corriente partidaria» —según su acta de principios—, pero lo integran miembros de la corriente perredista Izquierda Democrática Nacional (IDN), creada por Bejarano en 94 y que aún encabeza con su esposa. Es líder de ese grupo pese a que lo expulsaron del partido hace cinco años y que el 14 de marzo de 2007 el Comité Ejecutivo Nacional del PRD, con su presidente Leonel Cota al frente, firmó un acuerdo que prohíbe a los perredistas acercarse a él so pena de suspensión de derechos partidistas.

A pesar de ello, Bejarano labora como cualquier perredista en las oficinas de Izquierda Democrática Nacional, en la colonia Nextitla. Si AMLO se separa del PRD tras las elecciones del mes próximo, diputados y delegados de su corriente serán una fuerza clave de ese partido. «Si se crea, tenemos un pie en el PRD y el otro en un nuevo partido», reconoció un miembro de IDN.

 

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