Don Carlos Slim Helú fue nombrado el hombre más rico del mundo; la revista Forbes, una suerte de autoridad única para designar este tipo de títulos cuasi nobiliarios, calculó la fortuna del mexicano en 71 mil millones de dólares y ubicó en distantes lugares inmediatos a Bill Gates y a Warren Buffett.

Lo simpático (irónico, extraño, contrastante…, ustedes me dicen) del asunto es que dicho anuncio se dio en medio de un pleito de proporciones titánicas entre el magnate mexicano y una serie de empresas nacionales encabezadas por Televisa y TV Azteca.

¿La razón?

Las televisoras buscan incluir dentro de sus servicios los de telefonía e internet, mientras que Slim instauró ya un sistema de televisión satelital (el de la antenita roja, Dish). Entretanto, Don Carlos retiró todo anuncio de Telmex de las rotaciones televisivas. Una lana.

Así, se ha generado un espiral de acusasiones y señalamientos tan absurdo como entretenido: Slim acusa a Televisa y a TV Azteca por "prácticas monopólicas absolutas" (no lo leyeron al revés) y los consorcios televisivos acusan al gigante de las telecomunicaciones de "fijar precios de mercado".

Es como si estuviéramos en la parte final del Turista Mundial, donde los dos últimos jugadores quieren ya quedarse con los últimos países en contienda mientras los demás observamos con incredulidad.