Sentada en un sillón tipo victoriano en su casa
del Pedregal, Lucrecia fuma sin parar. En su rostro de cincuenta y tantos años,
si bien no se nota tanto el bótox, sobresale el maquillaje. Viste a la moda;
bebe té blanco con frambuesa; su risa es apenas un asomo. «Desde pequeña fui criada para ser ama
de casa. Me decían que al crecer consiguiera marido, así que me casé joven, a
los 21
. Al principio era feliz: cuidaba que todo en la casa estuviera en su
lugar, mi marido era más grande que yo, él tenía 34 años. Vivíamos bien; me
gustaba mucho pintar, en eso me entretenía. A los cinco, no, seis años nació
Fernando. Yo no tenía muchas ganas de tener hijos, pero bueno: era lo que
tocaba».

Lucrecia llama a una de sus empleadas domésticas; le pide que cambie
el cenicero. Continúa: «Mientras fue chiquito, todo estuvo bien: lo llevaba
todos los días al colegio, desayunaba con las mamás de sus compañeritos. Cuando
tenía 15 años ya quería estar con los amigos todo el día». Los ojos de Lucrecia
no tiemblan. En ningún momento la voz se le corta, ni llora, ni el rostro se le
nubla. Sigue: «Fernando pasó varias semanas sin querer ver a sus amigos. Nos preocupamos; el doctor
decidió que era depresión juvenil, y le recetó un antidepresivo. No mejoró:
estaba más alerta, pero como triste».

Hay un fenómeno entre los pacientes con
depresión conocido como suicidio paradójico.
Este fenómeno comenzó como
polémica cuando, a principios de los noventa, se hizo un estudio en Estados
Unidos donde se relacionaba el consumo del Prozac con unos 10 mil suicidios.
«No es que la fluoxetina te haga suicidarte», dice el Dr. Ignacio Ruiz: «una de
las características de la depresión es la ideación suicida
: algunos pacientes
la presentan mucho antes de tomar el medicamento, sólo que carecen de la
energía para cometer suicidio. Cuando comienzan con el tratamiento de pronto se
encuentran con la energía necesaria para hacer lo que desde antes ya pensaban».

¿Por qué dependemos de los antidepresivos? La Dra. Puga da una posible respuesta: «Tenemos un concepto torcido de la felicidad: lo queremos todo rápido, fácil. Hay una crisis en el sistema de creencias que nos dejó en ningún lugar».

Ni Lucrecia ni Fernando conocían este fenómeno: a los tres meses de consumir el
medicamento, Fernando se encerró en el garaje de la casa de Pedregal con el
auto encendido. «Imagínate: mi único hijo. Yo estaba tristísima. No comía, no
me movía, nada. A los dos meses el doctor me recetó Tafil para las crisis y
Paxil. Llevo diez años con eso, y sí me ha ayudado». El esposo de Lucrecia se
niega a dar entrevista: no se siente capaz de hablar de la muerte de su hijo.
Se dedica casi obsesivamente a escribir su autobiografía.

En otra casa del Pedregal, la Dra. Patricia Puga,
psicoterapeuta de Gestalt, trata con casos similares todo el tiempo: gente de
alto nivel socioeconómico, egresada de colegios religiosos, que, a pesar de
tenerlo todo, se siente disfuncional con respecto a su vida. Ella tiene una
posible explicación para el crecimiento en el índice de depresión y de consumo
de antidepresivos y ansiolíticos en ese sector: «Todo lo queremos fácil y
rápido: si quiero un cuerpazo, compro unos tenis que, sin esfuerzo, me prometen
el cuerpazo. Igual con las pastillas: hay muchas depresiones que deben tratarse
con medicamentos, pero existen muchos otros casos que se solucionan con
terapia, sólo que tomaría más tiempo y esfuerzo.
En general me encuentro con
mucha gente que vive una adolescencia eterna, en este sentido: esperan
satisfacer sus necesidades de forma muy inmediata; tienen incapacidad casi
patológica para la frustración».

Existen 20 productos en el mercado para tratar la ansiedad.

La Dra. Puga pone énfasis en otro punto: la
tristeza es un sentimiento normal
, sobre todo ante una pérdida; en ello
coinciden todos los especialistas. El problema de la depresión es que la
tristeza salga de toda proporción, «se vuelve inexplicable», dice Puga. El
crecimiento en la cantidad de casos de depresión y en el consumo de
medicamentos para su cura, está estrechamente relacionado con factores
sociales.
Lo paradójico es que un mal generado, en muchos casos, por la experiencia social de cada individuo, se
trate con remedios que curan el cuerpo, de manera química. ¿Será que una cosa
genera la otra? «Es una discusión en la que aún no nos ponemos de acuerdo: no
sabemos si las experiencias dolorosas generan cambios en la química del
cerebro, o si es de manera inversa», confiesa Julio Sánchez, psicoterapeuta
Gestalt: «sabemos que ambas cosas están relacionadas, y muchos psiquiatras
asumen que si una emoción puede alterar la química, la curación puede funcionar
de modo inverso». Pero hay otros modos de curar la depresión: «Yo he tenido
éxito haciendo terapia (sin pastillas) para depresiones muy profundas, pero
sólo con pacientes muy concientes de su problema, muy dispuestos a tratarse».

Los medicamentos no son la única salida para
todos los tipos de depresión. El Dr. Ruiz, de Eli Lilly, da otra opción: «Los
casos menos intensos pueden tratarse con terapia cognitivo conductual», un tipo
de psicoterapia que se enfoca no en la descarga de sentimientos, sino en la
modificación de conductas en el paciente y en el reconocimiento conciente de
sus problemas afectivos
. También existen los remedios naturistas: salvia,
geranio, jazmín, lavanda, limón, mandarina, naranja, manzanilla, rosa, sándalo,
hierba de San Juan; «pero es muy difícil controlar las dosis, y no funciona en
todos los casos», dice la Dra. Niesvizky.

14 días de ausencia laboral al año y una disminución en el desempeño de 40% son ocasionados en México por la depresión, según la Federación Mundial de la Salud Mental.

Es más: en teoría, el ser humano puede ser, de
forma natural, autorregenerativo emocionalmente
. En la psicología existe un
concepto llamado resiliencia: la capacidad de los seres humanos para hacer algo
mejor a partir de una situación dolorosa. Este concepto se aplica como terapia
en México: el propio Julio es uno de los que estudia la forma de desarrollar
ciertas actitudes en el paciente, para que este sea más funcional sin consumir
(necesariamente) medicamento. Este concepto contradice la psicología freudiana,
y también el tratamiento psiquiátrico de la depresión.
La psicología de Freud
dice que infancia es igual a destino: el niño que crece agredido, será
agresivo; su personalidad se deformará para siempre. La resiliencia propone
otro acercamiento: «si la depresión se debe a factores externos, como una
pérdida, se puede tratar en terapia, fortaleciendo
los vínculos afectivos de
los pacientes, reforzando su autoestima, o el concepto que tienen de
sí mismos».