Sólo Job podría sobrevivir en esta ciudad sin terminar neurótico. Las prisas con las que vivimos en la Ciudad de México nos han hecho perder poco a poco la paciencia y querer aligerar todo lo que sucede a nuestro alrededor.

Pero bueno… también hay que aceptar que ciertas cosas podrían hacer estallar a cualquiera. Aquí hacemos un recuento para desahogar un poco nuestro sufrimiento:

1. La espera eterna por la llegada del Metro

Ya sea que tengas prisa o no, a todos nos empadrona esperar por horas en el andén. Nos asomamos sigilosamente tratando de captar algún resquicio del gusano naranja a lo lejos. Y nada, nomás no llega. ¡AGH!

2. Mmm… no sé qué quiero comer

La hora de la comida. Tú y tus compañeros godínez se lanzan presurosos al centro comercial más cercano, pues… ¡es quincena y hoy toca! Sólo tienen una hora para comer, así que hay que meterle velocidad. Llegas al local de tu comida favorita y enfrente de ti hay una doña que no se decide por lo que va a comer. “Mmmm… quizás unos tacos de arrachera. No, mejor de pastor. Ay, no sé… ¿qué me recomienda?”. ¿Es neta? ¡Que alguien la saque de la fila!

3. Los que caminan leeeeeeeeeento

Esos que se les pasea el alma por el cuerpo, que no tienen prisa y que deciden caminar lento a través de un pasillo estrechísimo, de una escalera eléctrica atascada de gente o que simplemente no te dejan pasar. Les pides permiso y te contestan con un: “ohhh, ¿qué? ¿mucha prisa?”.

4. El que se queda horas en el semáforo

El semáforo se pone en rojo y todos se detienen. El que está delante de ti se pone a ver su teléfono por horas y cuando la luz cambia a verde, sigue clavado con el bendito aparato. Esperas un segundo a que despabile y no reacciona hasta que le sueltas un sonoro claxonazo para que se mueva. ¡Quítate!

5. Por supuesto: el tráfico

Al igual que con el Metro, ya sea que tengas prisa o no, todos sufrimos con el tráfico. Esas largas horas de espera en una avenida, sin poder avanzar más de 20 metros en 45 minutos, se convierten tortuosas. Y ni qué decir cuando te agarran las ganas de ir al baño. Tu impaciencia se convierte en un grito desesperado al más puro estilo de Edvard Munch.

6. La lista de espera en el restaurante

Como cuando vamos a Casa de Toño. Por más que valga la pena hacer una cola por horas, el hambre es canija y uno comienza a sufrir una metamorfosis en el ánimo: pasas por el enojo, la depresión, la resignación hasta llegar a tu mesa hambriento a punto de darle una mordida al mesero.

7. Ahora bien: la cuenta

El botón de tu camisa está a punto de salir disparado por tanto que comiste. Levantas la mano para hacerle la mexicanísima seña de: “me trae la cuenta” y entre que el mesero va, verifica lo que te embutiste, habla con el gerente, va al baño e imprime tu cuenta, tus niveles de paciencia terminan por agotarse.

8. La cola en el súper

Por más que el súper tenga 20 cajas disponibles para cobrar, sólo dispone de cuatro cajeros para atender a todos. Aunque te esmeres en buscar la que tenga menos gente, TODAS están abarrotadas. Lo peor es sólo fuiste por una caja de leche. Mátenme, mátenme ahora.

¿Les suena alguna? ¿Qué otras cosas los hacen perder la cabeza?

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