La Ciudad de México ha cambiado tan paulatinamente que no hemos notado que hoy es muy diferente a lo que era hace más o menos una década; de hecho, hay quien dice que, en toda su historia, nuestro amado-odiado DF no había cambiado tanto como en este periodo.

Para bien o para mal, el estilo de vida de los chilangos también ha cambiado, y hoy tienen una infinidad de opciones para decidir qué hacer en el poco tiempo libre que les sobra. Por eso, aquí damos un breve repaso por ese nuevo estilo de vida chilango.

Los ciclistas

El siglo 21 trajo en las grandes ciudades del mundo una búsqueda de estilos de vida más sanos, por lo que transportarse en bicicleta fue una tendencia que nació –o renació- en las grandes capitales del Planeta. Hace una década, parecía imposible que en la Ciudad de México se pudiera adoptar de manera masiva esa costumbre, especialmente después de que algunos intentos aislados, como la ciclovía que corre paralela a Periférico en uno de sus tramos, no logró que los ciclistas se lanzaran en masa a pasear por las calles del DF.

Pero finalmente se logró que los chilangos se movieran sobre dos ruedas gracias a diversos esfuerzos, como la creación de carriles exclusivos para ciclistas (que muchos automovilistas y vendedores ambulantes no respetan, pero ahí van poco a poco acostumbrándose), estacionamientos para bicicletas en lugares públicos (como en el Metro) y especialmente el programa de Ecobici, que hizo algo impensable: prestar bicis que las personas sí devolvieran (no como los libros que prestaban en el Metro) y que, además, exigieran que hubieran más y en una mayor cantidad de zonas.

Así, hoy tenemos una nueva raza de chilangos que deja su coche en casa (o no lo compran) para transportarse entre un par de colonias a bordo de una bicicleta. Pero también han surgido algunos que se sientes indestructibles y que son capaces de retar a cualquier automovilista que se interponga en su camino, inclusive cuando ellos mismos van en sentido contrario o van hablando por teléfono. Es más, hay algunos que gustan de “torear” peatones encima de la banqueta, alegando que, como son ciudadanos ejemplares, tiene derecho a que los mortales de dos patas se hagan a un lado para dejarlos pasar como seres especiales que son.

En resumen, hace 10 años nadie se imaginaba que la ciudad se llenaría de ciclistas y, pero aún, que los demás más o menos los respetarían.

Los segundos pisos

Así como se estimuló el uso de la bicicleta en esta década, irónicamente también se impulsó el uso del automóvil con acciones como la eliminación del Hoy No Circula, pero especialmente con la creación de los llamados segundos pisos. Estas nuevas vías rápidas hicieron que algunas personas se dieran cuenta de que, pagando cierta cantidad, podían llegar más rápido a ciertos puntos de la ciudad bastante recurrentes, como Polanco o Santa Fe.

Aunado a que no se invirtió en la creación de transporte público, muchas personas empezaron a utilizar un auto para ir todos los días a estudiar o trabajar pagando cantidades que, en algunos casos, sobrepasan los 100 pesos de un solo viaje de ida, pero eso sí, aseguran que llegan más rápido que los jodidos que van en el piso inferior… aunque a veces Waze recomiende que circular por la vía libre ahorrará varios minutos de camino.

Y hoy, con más autos circulando, hay horas del día en las que pueden verse congestionados ambos niveles de estas avenidas, así como los caminos alternos, provocando que el tiempo que se ahorraban hace un par de años hoy sea inclusive mayor al que hacían antes de que existieran las vías rápidas. Es decir, estamos igual o peor, pero muy orgullosos de los segundos pisos y de quienes los pueden pagar todos los días.

Uber

Una variante de esta nueva necesidad por transportarse, pero que requiere de tecnología para operar, es Uber, el servicio de taxi que se solicita a través de una app que resulta tan, pero tan cool, que inmediatamente fue el favorito de los hipsters del DF.

Y es que, a comparación de otras innovaciones de la última década, como el saturado Metrobús (que además terminó con la comodidad de avenidas como Cuauhtémoc y Parque Lira) y la maltrecha Línea 12 del Metro, Uber consiente al pasajero con botellas de agua y su música favorita a cambio de un pago que puede hacerse con su tarjeta de crédito o una cuenta de PayPal que, al final, es más nice que una tarjeta que hay que recargar en unas máquinas difíciles de operar o con una taquillera que no te da ni los buenos días. Todos aman los autos con chofer, especialmente los chilangos.

Correr

A finales de los 80 e inicios de los 90, hacer ejercicio en lugares abiertos de la Ciudad de México era atentar contra la salud porque se decía que los altos niveles de contaminación volvían peligrosa cualquier actividad física al aire libre.

Pero en la última década, correr en las calles del DF es un ritual especial para los clasemedieros chilangos que las mañanas de los domingos hacen suyas avenidas como Reforma para darle uso rudo a sus tenis de última generación que en la semana sólo pisan las caminadoras del gym, negocio que también ha proliferado en los últimos años.

Inclusive el Maratón de la Ciudad de México, que por allá en sus inicios, por los años 80, sólo era considerado para deportistas pro, hoy es un reto a vencer para señoras de Las Lomas o ejecutivos con oficinas en Santa Fe, para quienes las carreras de 10 o 15 kilómetros ya son para cualquiera.

Tomarse la selfie con una de las medallas que al final del sexenio formará la palabra “México” es un ritual que le da sentido al esfuerzo de muchos corredores chilangos.

Alerta sísmica

Los Imecas, que era la unidad con la que se medía la calidad del aire en el Valle de México, eran noticia de todos los días en los 90, pero poco a poco fueron desapareciendo esos reportes que se daban cada hora y por puntos cardinales para que en la actualidad sólo se sepa que hay altos niveles de contaminación cuando se decretan precontingencias. Lo mismo pasó con los reportes del tráfico que eran difundidos en la radio cada 20 minutos gracias a docenas de reporteros y un par de helicópteros que, literalmente, patrullaban la ciudad por tierra y cielo desde la madrugada hasta entrada la noche. Hoy sigue habiendo contaminación y tráfico, pero a la radio ya no le interesa andar difundiendo una noticia que no cambia: hay mucho smog y tránsito en el DF.

Pero los chilangos no podemos vivir sin estar previniendo catástrofes, especialmente después de los terremotos de 1985, por lo que, por ejemplo, desde mediados de los 90, se monitorea constantemente la actividad del volcán Popocatépetl, el cual ya lleva más de 10 años sin darnos sustos graves. Pero el mejor invento en esa mataria es la alerta sísmica, desarrollada también en los 90, pero que durante años sólo se podía escuchar si se estaba con la radio prendida, luego se podía oír también en algunos edificios públicos (como las escuelas) y hasta por apps de smartphones que resultaron ser piratas. Y ahora, la gente del DF puede escuchar la advertencia de que se acerca un temblor casi en cualquier parte que se localice, gracias a los altavoces colocados a través de las calles de la capital.

El día que sirva de verdad, la alerta sísmica será de gran ayuda y hasta logrará salvar algunas vidas… pero, cabe reiterar, eso pasará hasta el día que funcione de verdad y no sólo asuste a las personas que salen corriendo en pijama de sus casas tras escucharla.

Gastronomía

A finales del siglo 20, prácticamente nadie pensaba en pasar sus vacaciones en la Ciudad de México, pero ahora resulta que es una de las entidades más seguras y la capital más cosmopolita de Latinoamérica, por lo que atrae visitantes de todo el país y del extranjero.

Y uno de sus principales atractivos es la gastronomía, actividad que se propagó en el DF en la última década gracias también a que los chilangos suelen comer fuera de casa, especialmente porque pasan gran parte del día en la calle y no les da tiempo o ganas de cocinar.

Así que hoy grandes chefs e importantes cadenas tienen restaurantes en la Ciudad de México, donde ya se puede conseguir comida de todo el mundo en una variedad que va desde las garnachas hasta el platillo más exótico y caro.

Quién sabe si los chilangos tengan buen paladar, pero lo que sí es verdad es que les gusta pagar para comer en buenos lugares, aunque los puestos de la calle siguen siendo uno de sus lugares favoritos. Los chilangos comen en vajilla fina o en plato de plástico por igual, pues.

¿Qué otras cosas hacen hoy los chilangos que hace 10 años no hacían?

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