El imperio de las ratas

Blanca abre su departamento en la colonia Del Valle y suelta un grito: una rata va hacia las 10 bolsas de basura apiladas en su cocina. Los empleados de limpia de Servicios Urbanos están en huelga, y no por su salario: vencidas por el peso, se han roto las geomembranas de polietileno del relleno sanitario del Bordo Poniente, donde reposaba la basura del DF. Los lixiviados —líquidos que emanan de la basura ricos en sustancias tóxicas, microorganismos patógenos y nitrógeno amoniacal— penetran los mantos freáticos, se mezclan con el agua que bebemos.

En 2008 la Semarnat y la Suprema Corte de Justicia de la Nación habían advertido que la saturación de basura obligaba al cierre del bordo. Pero el GDF pidió una prórroga tras otra y le fueron concedidas. La altura del relleno superó 20 metros, cuando 15 era su límite máximo. Soportó 8 mil millones de metros cúbicos de basura, pese a que era apto para la cuarta parte de eso.

Pero el plazo se cumple. Por la huelga, las 12 mil toneladas diarias de basura del DF llenan casas, calles, parques, escuelas. Nada se salva.

Entre náuseas, Blanca observa que las bolsas de basura tienen pequeños orificios: mordidas de ratas.

Entre náuseas, Blanca observa que las bolsas de basura tienen pequeños orificios: mordidas de ratas. A los plásticos los cubre un ejército de moscas que danzan lascivas en la penumbra. Basta un kilo de materia orgánica para que nazcan 70 mil de esos insectos.

En un corredor del edificio, los vecinos discuten: han llevado su basura a los tiraderos espontáneos que pululan en las 16 delegaciones.

Perros, roedores, pepenadores e indigentes disfrutan del botín. Al paisaje urbano lo pintan la comida podrida al calor de mayo, el papel higiénico, los pañales, los envases. El hedor es letal. Las lluvias tapan con basura las coladeras y crean charcos que, como ya los bautizó la gente, son «laguitos de mierda» que con las lluvias se vuelven ríos. El Viaducto Miguel Alemán es un torrente negro, vaporoso. Por la noche, las personas salen a tirar sus bolsas en colonias cercanas, eludiendo miradas. Si alguien observa que un forastero ensucia su calle, llamará a sus vecinos para darle palos hasta dejarlo inmóvil sobre sus propios desechos. Las peleas entre civiles se suceden cada noche en sitios impredecibles. Desesperadas, las patrullas van y vienen.

Las lluvias tapan con basura las coladeras y crean charcos que, como ya los bautizó la gente, son «laguitos de mierda» que con las lluvias se vuelven ríos.

Algunos ciudadanos se manifiestan en San Lázaro, las delegaciones, Los Pinos. Blanca opta por unirse a quienes en protesta cierran Gabriel Mancera colocando en el pavimento bolsas de basura.

Ha caído la noche. Va al baño a lavarse las manos cuando nota que una enorme cucaracha sale de la coladera. Un nuevo grito despierta a Luis, su hijo, que en cama sufre fiebre y diarrea. «Las cucarachas transmiten hasta 70 enfermedades, pues cargan bacterias, quistes y huevos de parásito que vomitando o defecando dejan por donde caminan», alerta Daniela Méndez Bellamy, de Promotores Ambientales para la Prevención y Gestión Integral de los Residuos Sólidos. Propagada la salmonella typhi, miles como Luis sufren tifoidea. Los hospitales están a tope.

Los sanatorios contratan a empresas como Confinam para deshacerse en los estados limítrofes de sus residuos tóxico-infecciosos. Jilotzingo —municipio mexiquense en cuyo bosque funcionó hasta 2008 un «cementerio industrial»— resurge como sede de uno de los cientos de tiraderos clandestinos. «Hay jeringas, placentas, gasas con sangre que infectan la piel de sus habitantes —implora la ambientalista Josefina Mena, presidenta de Grupo de Tecnología Alternativa—. El DF no puede expulsar su basura a las comunidades vecinas.»

En Zimapán, Hidalgo; Lomas de Mejía y Tetlama, Morelos, florecen viejos basurales secretos que operaban hacia 2009. Sin control técnico, operan en baldíos, arroyos y barrancas.

Los cadáveres de las rattus norvegicus (ratas de alcantarilla) recorren las avenidas. Los niños han empezado a jugar con ellas.

Mientras Blanca duerme, en su sala dos ratas copulan. Sólo ellas tendrán hasta 10 mil descendientes, transmisores potenciales de peste bubónica y tifus murino. Afuera, la lluvia cae contaminada. El agua de la llave está infectada de lixiviados. Los cadáveres de las rattus norvegicus (ratas de alcantarilla) recorren las avenidas. Los niños han empezado a jugar con ellas.

FUENTES: Deutsche Gesellschalt fur Technische Zusammenarbeit, Grupo de Tecnología Alternativa, Iniciativa Mexicana de Aprendizaje para la Conservación, Metrópoli 2025, Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales, Secretaría del Medio Ambiente del DF, Secretaría de Obras y Servicios, Suprema Corte de Justicia de la Nación.

(Reportaje con información de Aníbal Santiago y Marco Payán)