Confesiones de la Diana Cazadora

'Hice lo que quise y fui la mujer más feliz del mundo'

Pável M. Gaona

Doña Helvia Martínez Verdayes tiene el cabello rojo, recogido pulcramente. Su blusa rosa deja entrever un pendiente en forma de estrella. Cuando le pregunto por él, me contesta: “me lo regaló mi marido” y sus ojos se iluminan con un fuego inusual para una mujer de 94 años, recordando al que fuera el amor de su vida.

 

Nos encontramos en la Casa de la Cultura del Gobierno del Estado de Quintana Roo, donde hoy se rinde un homenaje a la Diana Cazadora, ícono de nuestra ciudad. En esta casona de la Colonia Roma hoy hay dos estrellas: el pendiente que remata el collar de perlas de doña Helvia y ella misma, quien en su adolescencia se despojara de la ropa, de los miedos y prejuicios inherentes a su época.

 

Doña Helvia, qué honor estar aquí con una mujer cuya figura ya forma parte del paisaje urbano y de la memoria de nuestra capital. Me gustaría comenzar preguntándole respecto a una duda que me asaltó cuando conocí su historia: ¿pidió permiso para posar? Porque sólo tenía 16 años…

No. Me fui a escondidas. Sabía que no le iba a gustar a mi mamá y yo lo quería hacer, dicen que es mejor pedir perdón que pedir permiso. Eso sí, después ya le avisé y me acompañó a las sesiones, cuando me tomaban las fotos y medidas. Pero nunca le pareció. Siempre dijo que estaba mal hecho.

Pero la acompañaba, estaba al pendiente de que nada le fuera a pasar.

Sí. Me cuidó como mi madre que era. Siempre fue muy linda, me acompañó a pesar de que no estaba de acuerdo. Estaba muy enojada. Me dijo “vas a pagar esto que hiciste, por tu capricho no se te va a acercar nadie”. Pero lo hice, y nunca me he arrepentido.

Tengo entendido que no cobró por modelar para convertirse en la Diana. ¿Es cierto?

No cobré con la condición de que se cambiara mi cara. Y eso que no me sobraba el dinero, trabajaba como secretaria en PEMEX. Pero la época en la que viví era muy difícil, la gente era muy conservadora.

¿Y cómo venció el pudor? ¿Cómo fue desnudarse para el escultor, si además ahí estaba su madre, reprobándola?

Fue espantoso. Sudaba de la cabeza a los pies, no pensé que iba a ser tan difícil.

¿Qué sensación experimentó cuando empuñó el arco por primera vez?

Sentí muy bonito, porque ahí dejé aflorar toda la vanidad que traía adentro. Pero al mismo tiempo fue muy duro, desnudarme frente a tres señores que no conocía, el escultor, el arquitecto y el fotógrafo.

Usted dijo que no cobró e incluso acaba de decir la impulsó la vanidad. ¿Todavía es una mujer vanidosa? Porque yo veo que se sigue arreglando y se ve muy guapa.

No, ya no. Ya no sirvo para nada.

¡No diga eso! Si no sirviera para nada, no tendría a tanta gente hoy rindiéndole homenaje y encantados con usted…

Pero ya no soy lo que era antes, ya estoy muy vieja. La vanidad ya quedó atrás, ya todo está borrado.

“Hice todo lo que quise”

¿Y ahora cuál es su pecado?

¿Pecados? Ninguno. Estoy satisfecha. Hice todo lo que quise, me encontré con un marido maravilloso y se me murió. Después de eso, se acabó todo para mí.

Su identidad como modelo estuvo desconocida hasta los años noventa, cuando decide romper el secreto y publicar un libro. ¿Hubo algún confidente, además de su madre y los encargados del proyecto que supieran el secreto?

Mis amigas sabían. A ellas no les gustó mucho, creo, porque no me lo decían de frente. Ya sabe cómo somos las mujeres. Y algunas personas lo sabían, pero cuando me preguntaban a veces les decía que sí, otras que no.

Y vaya que supo despistar al enemigo. Oiga, ¿y por qué hasta los años noventa decidió hacerlo público en su libro ‘El secreto de la Diana Cazadora’?

Mi marido me dijo: “vamos a hacer un libro y quítate de que te anden preguntando tanto”. De él fue la idea. Me decía: “ya es hora de que la gente sepa los desfiguros que hiciste”.

¿Pero se lo decía de forma cariñosa o recriminándola?

No, de forma cariñosa. El era el hombre más cariñoso. Cuando pasábamos por la Diana le aventaba besos y yo sentía muy bonito cuando lo hacía.

¿Y también le mandaba besos a la Fuente de Petróleos, monumento para el cual usted también posó?

También, a las dos.

La Diana contra la Liga de la Decencia

Oiga ¿y qué opina de la Liga de la Decencia, que se manifestó para que le pusieran un taparrabo a La Diana?

Eso fue pura falta de cultura. No hay más, falta de cultura en la gente.

¿Y qué pensó cuando en la película ‘Los Caifanes’ le pusieron ropa interior a la escultura?

Eso fue diferente, fue chistoso. Cuando lo vi, primero pensé “están locos esos muchachos” y me daban ganas de que hubiera alguien ahí para impedir que se subieran a hacerle tonterías, pero ya luego se me bajó el enojo.

Supongo que como todos, a lo mejor había un icono de belleza a la cual admiraba y decía, “yo quiero ser como ella”. ¿Cómo quién quería ser usted?

¿Yo? Como nadie. Estaba contenta como era, con mi físico.

No le pedía nada a nadie entonces…

No, yo me gustaba como era. Hasta mi mamá tenía que ponerme en mi lugar y me decía: “ni creas que estás tan bonita” y yo nada más le contestaba: “ay mamá”. Y luego me quedaba callada.

 

La flechadora flechada

¿Y quién era el galán de la época?
Pues sí había galanes, pero al que quise con adoración fue a mi marido Jorge. El que después de 40 años, se casó conmigo.

Tal vez nuestros lectores no lo sepan, pero pasó todo ese tiempo sin casarse con usted porque él ya era un hombre casado, aunque eso usted al principio no lo sabía. ¿Cómo fue enterarse de que el hombre al que amaba tenía otra familia?

Fue espantoso. Yo sabía que estaba haciendo algo indebido y siempre lo acepté. Nunca oculté que lo que hice estaba mal. Cuando me enteré me decepcioné y me enojé mucho, pero los enojos con él no me duraban. Me enojaba con él el viernes y me contentaba el lunes. Era un “ya no te quiero” y luego un “siempre sí”.

Pero la tormenta no paró ahí. Luego a su marido lo acusaron de malos manejos cuando estuvo al frente de Petróleos Mexicanos y lo encarcelaron…

La peor cosa que han hecho fue acusarlo de un negocio que él no hizo. De verdad no lo hizo, se lo puedo asegurar. Ni quiero decir quién lo hizo, porque lo sé. Él no se robó un solo centavo.

Pero su amor fue tan grande que se casaron dentro de la cárcel.

En la cárcel nos casamos. Tardó mucho en divorciarse por los hijos y esas cosas de la vida, pero en cuanto pudo lo hizo y nos casamos en la cárcel. Primero ahí por lo civil, ya luego nos casamos por la Iglesia.

Dicen que en el hospital y en la cárcel se conoce a los amigos, en su caso también a los amores.

Cinco años duró Jorge en la cárcel de los cuales no falté ni uno solo, mas que el día que enterré a mi mamá. Diario fui a verlo, aunque era una experiencia espantosa. Cuando pasas por seguridad, te tocan, te manosean.

Y sin embargo, el amor pudo más.

Sí. No hay ninguna fuerza más grande que el amor.

¿Ni siquiera la fuerza de una diosa que apunta a las estrellas?

No. El amor es lo más grande.

La soledad de una diosa

 ¿Cómo vive hoy Helvia, después de que lamentablemente su esposo falleció?

Triste. Estoy sola. Tengo amigas, tengo sobrinas, pero me siento sola. Y muy triste. Todos los días, todo el día me acuerdo de él, porque fue muy lindo conmigo. Pero hoy estoy muy sola y eso es lo peor que le puede pasar a uno. Desde que se murió Jorge, la vida se acabó para mí. Vivo la vida porque tengo que vivirla, hay días como hoy en los que lo paso muy bien, ahorita lo estoy pasando muy bien, pero se acaba y regreso a la soledad de mi casa. No tengo más que un perro, que es el que me acompaña siempre.

¿Cómo se llama su perro?

Palomo. Me lo dio mi marido y él también lo adoraba, hasta dormía con él. Y ahora que mi marido se fue, Palomo es el que me acompaña. Yo adoro a los animales, especialmente a los perros.

 Pero si La Diana es cazadora, ¿no es irónico que usted ame tanto a los animales?

Por eso cuando me dijeron que iba a ser cazadora yo les dije: “¡no, yo no quiero ser cazadora!”, entonces por eso le pusieron “La Flechadora de las estrellas del Norte”. Ella no caza animales, no caza gente: caza a las estrellas.

Pues no cazará gente, pero yo hoy caí fulminado a sus pies. Gracias por el tiempo que nos regaló para esta entrevista. ¿Algún mensaje que le quiera dar a nuestros lectores, siendo usted una figura emblemática de nuestra ciudad?

Que hagan lo que quieran, lo que sientan, que no se arrepientan de nada porque sólo tenemos una vida. Yo lo hice y me causó algunos disgustos, pero puedo decirte que fui la mujer más feliz del mundo”.

Cae la noche sobre este recinto de la Avenida Álvaro Obregón en la Colonia Roma. Las primeras estrellas rebeldes, esas que no se dejan asfixiar por las lámparas ni la contaminación, aparecen en el cielo. A ras de suelo brilla otra estrella, una mujer indómita, que hizo lo que quiso y que a sus 94 años, no se arrepiente de nada. 

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