En la vida académica de todo niño inocente y bondadoso, nunca falta la siniestra mano de la adversidad, empeñada en poner obstáculos en el camino y piedrotas en el zapato, las cuales terminan por marcar, acaso de por vida, incluso al estudiante más cumplido y afanoso.

Una de esas crueldades del destino es toparse con profes cuya infinita maldad crea los más grandes y perversos castigos. Por ello, aquí te presentamos unos cuantos ejemplos de las infames sanciones que todos llegamos a sufrir en carne propia, cuando éramos chamacos y caíamos en las garras de algún maestro jijo de… ¡Elba Esther Gordillo!

1. Examen sorpresa

Todo un clásico de los correctivos docentes en contra de los pobrecitos escuincles. Nada tan pasado de lanza como cuando te agarraban en curva con un examen de confusión múltiple, con chorrocientas preguntas, a mitad de la semana y sin previo aviso.

2. Por uno pagan todos

Punto menos para todo el grupo, ¡uy!, por culpa de uno solo: el lacrilla del salón, a quien por cierto le valía queso el escarmiento; ni sufría ni se acongojaba, mientras que todos los demás destilaban en silencio su amargura.

3. Tarea en vacaciones

No importa si se trataba de Semana Santa, Navidad o puente. Para los maestros sin piedad ni miramientos cualquier pretexto era bueno pa’ devastar el alma de sus jóvenes discípulos. Que si fulano parpadeaba, que si a mengano se le había caído un papelito, que si una broma estudiantil… ¡Tómala! Kilos y kilómetros adentro de tarea para llevar: ¡en vacaciones!

4. Nadie sale al recreo

Otra manchadez consistía en aquella determinación tajante y drástica: “nadie sale hasta que aparezca el monederito extraviado de perenganita”, sí, la ricachona del salón a quien todos odiaban, la misma que solía acusar a todos de todo y era la consentida de la execrable profesora.

5. Maquetas del infierno

Una de las penalidades que más te metía en apuros era cuando los maestros del mal, por puras ganas de jorobarte la alegría, te dejaban hacer una maqueta por demás elaborada (tipo las del Templo Mayor que se exhiben en el Metro Zócalo), las cuales sólo podían ser construidas por un arquitecto o, en el peor de los casos, por tu papá en estado crudo.

6. La letra con sangre entra

Algunos quizá recuerden, por las tremendas secuelas psicológicas que les causaron, los castigos de endenantes: gisazos, borradorzazos, jalón de orejas y patillas, azotes con reglas de madera en las nalgas, o el más temido: permanecer hincados bajo el sol con los brazos extendidos (en posición de Santo Cristo), sosteniendo en cada manopla una pila de diccionarios chonchos.

7. Trabajos forzados

Si por accidente se te iba la pluma o el corrector a lo largo de la banca, del pupitre o de algún muro inmaculado, ¡triste tu calavera!, pues te hacían ir, un sábado tempranito, a pintar el salón de clases. Y ya estando ahí, ¿por qué no hacer completa la fajina (barrida de patios, regada de macetas, lavado de retretes…)?

8. Hasta que el cuerpo aguante

Siempre estaba el gordito bonachón que fungía como profesor de educación física (un auténtico genio malvado), quien, a pleno rayo del sol, mantenía a los alumnos haciendo el paso yogui sin cesar durante toda la hora. El muy canalla reía mientras contaba con su peculiar estilo: un, do…, tre…, cua… (así hasta el ocho y de regreso).

9. Dicen que soy un burrote

No había mayor humillación y flagelación de la autoestima, que la de ser obligado a permanecer en un rincón del aula, viendo hacia la pared y con tamañas orejotas de asno coronándote la cabezota. Si no aprendías las divisiones, por lo menos, salías de segundo grado listo para rebuznar.

En fin, éstos son algunos de los castigos manchados que los maestros aplicaban a sus alumnos en los tiempos chochos de aquella nuestra infancia (sin duda era una época muy dura).

Y a ti, ¿te sometían por la buena?, ¿con qué método te hacían escarmentar tus profes? Desahógate en la parte de abajo: si no comentas, ¡hay tabla!

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