Estoy en la calle de Estrasburgo, en la Zona Rosa. Apenas entramos en la Clínica de Belleza Ramuá y este templo del peine y la tijera nos ofrece visiones alucinantes: por aquí Paquita la del Barrio, por allá Juan Gabriel, más allá Carmelita Salinas y Lucía Méndez. Ramuá Cortezano no escatima en mostrar las fotos que comprueban que estamos en el salón del estilista de las estrellas. Cuando entro está en pleno corte, pero me recibe con una sonrisa: gracias a Carmen la entrevista se llevará a cabo en un lugar tan único en su especie como ella misma.

La Campu.

Sólo unos minutos antes, Carmen Campuzano a través de su cuenta oficial de Twitter, escribió: “Me subí al Metrobús o no llego a mi entrevista con @PaveloRockstar #SoyTotalmenteChilango”. Agitada por la carrera, delgadísima (que no demacrada, que así se hacen los chismes) Carmen llega a donde nosotros ya la estamos esperando.

Se le ve alegre y fresca, en contraste con los videos y entrevistas que inundan la red. Nos saluda de beso a todos. “Tu carita se me hace conocida”, le dice a una de nuestras colaboradoras. “Es que éramos vecinas allá en la Jardín Balbuena”. Ríen, se arma el cotorreo.

Como la Campu sabe que habrá cámara, se cambia y regresa enfundada en un perrísimo animal print que haría palidecer a la Tigresa del Oriente. Mientras ella se retoca el maquillaje, sigo examinando los muros: Alejandra Guzmán, Fabiruchis y la Vero Castro también son clientes asiduos de este lugar. Nos preparan un cafecito para echar el chal a gusto.

¿Ebria, sola, devastada?

La orillo a jurar decir la verdad, sólo la verdad y nada más que la verdad. Acepta un poco desconfiada pero no le queda de otra. A pesar de que se le pide mirar al espejo para hablarnos a través de él, no resiste mirar directo a la cámara. Su adicción a la lente es más fuerte que las indicaciones de nuestro camarógrafo.

Esta reina involuntaria del mundo del Vine nos confirma que sabe de las burlas que se hacen a costa de ella. Confiesa que hasta hace muy poco tiempo desconocía el microvideo que protagoniza, en el que pronuncia tres adjetivos que bien podrían definir a toda una generación: ebria, sola, devastada. Pero lo toma con sentido del humor.

https://www.youtube.com/watch?v=_jCSXT1wiMs

No puede evitar la pose, ni ante la cámara ni fuera de ella. Lleva al extremo el dicho de que el que es perico donde quiera es verde. Y hablando de perico, aguanta vara cuando le pregunto por sus adicciones. También se porta a la altura cuando le pregunto sobre el amor de su vida, sobre sus peleas con personalidades como Lyn May y lo gacho que ha de ser pasar de las portadas de las revistas de moda a las publicaciones de chismes.

Se carcajea abiertamente, habla en confianza, se da cuenta de que estamos entre cuates. Le pregunto si se considera una fashion victim y lo niega con la más absoluta certeza. Carmen reconoce que ha cometido equivocaciones y muy fuertes. No es de esas que dicen “yo no me arrepiento de nada”, al contrario, sabe que la cajeteó y que por eso estuvo metida en el lodo hasta andar en cuatro patas, pero se aprecia a sí misma como un fénix que, asegura, pronto alcanzará la gloria perdida.

Es una soñadora: nos habla de sus proyectos futuros, sus ojos brillan no porque se haya metido un ácido, sino porque no tiene manera de esconder su ilusión por poner un centro de rehabilitación para mujeres que, como ella, se han sentido ebrias, solas y devastadas, pero tienen el deseo de salir de la cloaca y renacer como ella ha tenido la oportunidad de hacerlo.

Le agradezco por la entrevista, por las risas y las confesiones. Se me cuelga del cuello como una amiga de años cuando le pido la selfie del recuerdo. Sigue riendo, revisa su agenda porque más tarde tiene grabación.

Carmen, La Campu, a pesar de sus altísimos tacones, de su paso por la cuerda floja y con un futuro todavía incierto, pisa segura y está más equilibrada que muchas compañeras de su gremio.

Checa a continuación la entrevista:

También pueden seguir a Carmen Campuzano en su cuenta de Twitter @La_Campu y tengan la seguridad de que les va a contestar.

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