Se levanta a las 5:30 am. En la oficina, sus empleados le pasan reportes, agendas, peticiones. Le indigna ver que el trabajo de sus allegados esté inconcluso, desordenado o sucio, y le molesta el exceso de confianza en el trato. Come ligero y retoma la jornada hasta las 8 pm. Vuelve a casa y cena. El principal promotor de la Ley Antitabaco, de joven fumador empedernido, ya sólo toma café. «Se enojaba poco —dice su hijo—; lo hacía si le faltábamos el respeto a alguien, sin importar si era la servidumbre».

Todos los días, en su gimnasio casero —al que ha bautizado “Tropical Gym”—, dedica al ejercicio noventa minutos.

Y cada miércoles hay un ritual. A las 10 pm, Farias y otros «muchachos de karate» acuden a su casa . Mondragón calienta el cuerpo tocando 20 minutos las tumbadoras y luego pone a Los Wawancó o algo parecido. Así, todos juntos, hacen pesas. Nadan en su alberca y, al final, la convivencia cobra los matices de la charla. Si lo permite su labor de secretario, «desgastante y demandante», la tradición se repite los sábados.

Quedó cautivado por las percusiones a los doce años, en la época en que la guajira de la Sonora Matancera sacudía las caderas de la Ciudad de México: «Desde que oí los tambores sentí que era lo mío. Hubiera sido feliz tocando las percusiones en Cuba uno o dos años».

Mondragón aprendió a tocar bongoes, tambores, tumbas y maracas. Hasta hace poco se presentaba en los lugares de la “cubanía” del DF, que se concentra en la Roma y la Cuauhtémoc.

—¿Cómo es su vida de músico?

—Otra faceta mía es la bohemia. Soy sonero. No lo hago mal, desde joven toco el tambor con grupos cubanos en diferentes lugares. Pero como secretario de Seguridad no puedo darme ese lujo. La gente no entenderá que es parte de mi vocación y va a decir: «¿Qué hace el señor secretario de seguridad en este antro con los tambores?»

Su otra pasión son los autos y las motos, de los que intenta alejarse. Hace trece años el doctor salió de su casa en El Pedregal a bordo de una Yamaha. En una vuelta en U, una mancha de aceite en el asfalto hizo que la moto resbalara. Los cerca de cien kilogramos del aparato cayeron en una de sus piernas: su tibia y peroné se fracturaron y fue necesario colocarle clavos. «Por eso a veces cojea», explica el ex boxeador Mauro Bravo, unos de sus asistentes. Ante los riesgos que suponía su debilidad por los autos y las motos, en ese momento su familia le exigió huir de la trampa de la velocidad.

Mondragón acató la orden: guardó en el garage de su casa su Jaguar, Corvette y Ford Thunderbird de colección, a los que acaba de añadir una nueva Harley-Davidson. «Debo confesar —dice el funcionario— que al llegar a la secretaría, contra el gusto de mi esposa y mis hijos, vi las Harley y empecé a andar en ellas. Ni modo, llego más rápido: a esta edad que sea lo que Dios quiera».

«Anda patrullando —agrega Mauro—. Se mete en todos lados para ver cómo anda todo, luego va a Tepito y hace poco anduvo en Tacubaya, donde está lo más grueso».

El PRI

Un día, un colega del Hospital 20 de Noviembre le preguntó qué podía hacer un karateca ante la amenaza de una pistola. Aunque su respuesta debió ser incierta, a su lado estaba un médico con experiencia en tiro deportivo. Lo invitó a practicar. En poco tiempo, lo que inició como pasatiempo era todo un placer: la competencia en precisión y velocidad con armas de fuego. «Terminé siendo campeón mexicano de (tiro de) defensa, campeón nacional del combinado (calibre) .45 y preseleccionado olímpico en velocidad sobre siluetas —dice orgulloso—. Después, campeón en la Armada».

Su amigo Carlos Hank González, regente capitalino, encomendó a aquel multicampeón la Dirección General de Promoción Deportiva del Departamento del Distrito Federal (DDF). En sus oficinas de la Alberca Olímpica, Mondragón inició en 1976 una larga carrera en el deporte desde el servicio público.

El presidente José López Portillo mantenía el control del Instituto Nacional del Deporte a través de su primo, Guillermo López Portillo, director del organismo. Al renunciar éste en 1981 pidió a Mondragón dejar el DDF y responsabilizarse de uno de los máximos puestos del deporte en México. La revista Proceso, en su número 219, atribuyó el nombramiento al amiguismo más que al mérito: “El doctor Manuel Mondragón y Kalb (...) procedió ya a integrarse a las pautas deportivas del Comité Olímpico Mexicano (COM), que preside su compadre Mario Vázquez Raña”.

Junto a este último, Mondragón alcanzó puestos relevantes en la estructura burocrática del deporte nacional. Fue primer vicepresidente del Comité Ejecutivo del COM (segundo cargo en jerarquía), cuya asamblea, por votación, prolongó el mandato de Vázquez Raña de 1974 a 2001. Además, fue subsecretario del Deporte en la SEP, vicepresidente de la Confederación Deportiva Mexicana y, a mediados de los 90, asesor en este organismo de su presidente Felipe Muñoz. Es decir, su ascenso político se produjo en el PRI, de Adolfo López Mateos a Ernesto Zedillo. «Han sido treinta y tantos años ininterrumpidos sin buscar ni ir a tocar puertas para que me dieran un trabajo; permanentemente fui invitado a diferentes responsabilidades, de director general para arriba. Nunca menos».

—¿Cuál es su relación con el PRI?

—No pertenezco al PRD ni al PAN ni milito en el PRI, con el que simpatizo profundamente. Cuando empecé, el partido en el poder era el PRI. Nunca hizo nada por mí, no tuve cargos. Ese partido dirigía el trabajo administrativo en el servicio público y allí trabajamos todos —explica.

Sin embargo, en un documento del PRI llamado “Control de folios de recibos de aportaciones de militantes”, del que Chilango tiene copia, ese partido informa haber recibido el 27 de mayo de 2000 una donación de diez mil pesos por parte de Manuel Isidoro Mondragón y Kalb. Aparecen ahí como donantes, entre otros, Elba Esther Gordillo, Emilio Gamboa, Francisco Labastida, Beatriz Paredes y Humberto Roque Villanueva.