¿Quién lo hizo?

Nada menos que el cuadragésimo segundo presidente de Estados Unidos, William Jefferson Clinton. Demócrata, joven y carismático, lo tenía todo para gobernar el país más poderoso del mundo… ¿o no?

¿A quién engañó?

A su esposa de toda la vida, la actual secretaria de Estado, Hillary Clinton.

¿Cómo lo descubrieron?

Fue un lío político de proporciones épicas. Mónica Lewinsky era una interna de candorosos 22 años, que trabajó en la Casa Blanca durante el primer mandato de Clinton. Sostuvieron una relación, entre cuyas anécdotas más famosas está que, ¿cómo decirlo sin sonar extremadamente guarros?, la Lewinsky le practicaba sexo oral a Bill mientras ésta atendía a congresistas en la oficina Oval. Más tarde, la brutaza se lo confió a una “amiga” y colega, Linda Tripp, quien grabó las conversaciones telefónicas entre ambas y eventualmente desató el “Zippergate”.

¿Lo perdonaríamos?

Claro, después de un tiempo. Lo más patético fue su defensa, con una frase que casi nadie olvida: “It depends on what the meaning of the word is is”. Al final, su esposa lo perdonó, conservó su apellido y estuvo cerca de ser la primera presidenta mujer de EEUU.