En la fiesta para los ganadores y nominados de los Globos de Oro 2007, Arriaga pidió una mesa alejada de Alejandro. El director por su parte, compartió la velada, entre otros, con los productores Jon Kilik y Steve Golin, y las actrices Rindo Kikuchi y Adriana Barraza. El medio cinematográfico mexicano. En su inmensa mayoría, se sentaría en la mesa de Alejandro. Arriaga, como escritor, ha desarrollado una labor solitaria con cuatro o cinco asistentes —entre ellos su amigo Patricio Saiz; Carlos, su padre; y María Eugenia, su esposa y más fiel crítica y lectora.

Uno de los escasos personajes que ha quedado en medio de la batalla es el escritor Vicente Leñero, consejero de ambos, quien en los últimos años los ha visto crecer en aptitudes artísticas: «Un día, platicando, Guillermo me dijo que su ego era grande, pero que el de Alejandro era el doble de grande. Luego me encontré con Alejandro y me dijo exactamente lo mismo: tengo un ego muy grande, pero el de Guillermo es dos veces el mío».

Del lado de Alejandro, en contraste, se teje una vasta red de relaciones de muy alto nivel. Es dueño y fundador de Z film, una exitosa compañía publicitaria que ha trabajado de cerca con las grandes televisoras y codo a codo con personajes como Miguel Ángel Magnani, uno de sus más importantes socios. Por ello, y por haber tenido a su cargo enormes “crews” cinematográficos, su grupo de amigos abarca un mundo de gente.

El arte de González Iñarritu, clama este frente, se imprimen cada átomo de sus películas. En Amores Perros, por ejemplo, eligió fachadas de minúsculos mosaicos de colores como las de la colonia de su niñez, la Narvarte, a la que quería homenajear; decidió usar película Vision-800 para reventar el grano pidió que al negativo le fuera retenida la plata, de modo que —anulados los grises—, blancos y negros quedaran perfectamente definidos. «No se me borra un día del rodaje de 21 gramos —recuerda su amiga Fernanda Solózarno, crítica de cine— La escena ocurría en un boliche, donde Sean Penn hablaba con un detective para averiguar de quién era el corazón que le transplantaron. Alejandro filmaba la misma escena una y otra vez, y ya ni Sean Penn sabía qué onda. “¿Alejandro, qué más puedes pedirle? Hace todo lo que le indicas”, le dije. Y respondió: “En ese callejón que está a 10 metros el extra no lanza la bola en el momento justo. Si eso no ocurre la escena está echada a perder”. Alejandro controla todas las partículas de la película.»

Iñárritu impone en el rodaje una exigencia al límite, una carga de minuciosidad que colinda con lo asfixiante. En Babel, la escena en la que Susan es baleada y su esposo pide parar el camión se rodó incontables veces. Sin escrúpulos, Alejandro insistía en decirle a Brad Pitt que no le creía, que no se conducía como un hombre desesperado en su drama. «Esa escena llevó muchos días —dice Carlos Armella, director del “detrás de cámaras” de Babel—. Alejandro Trabajó, insistió, repitió hasta lograr lo que quería. Ensaya antes y durante el rodaje, filma y filma, agrega detalles a la actuación hasta que el diamante está pulido obsesivamente.»

La presencia de Arriaga en el set disminuyó de una película a otra. Así como en Amores Perros acudió a casi todo el rodaje en 21 gramos Alejandro sólo se lo permitió en ciertas escenas. Pero aún la relación guardaba algo de tersura. Alejandro sentaba a su lado a Santiago y Mariana, los hijos de Guillermo, para que vieran de cerca a Sean Penn o Naomi Watts. «En el set, Alejandro es un encanto. Lo juro. Un caballero. Se portó lindo con mis hijos, les regalaba dulces, les explicaba. Es generoso, seductor, y a mis obras les aportó sentido común, buen gusto y calidad.»

Antes de Babel, ya firmados los contratos, Alejandro le dio a Arriaga la peor noticia: no le permitiría acudir al rodaje. El contrato de Guillermo no incluía una cláusula de veto si eso ocurría: «Le dije, “ni modo”. ¿ya qué hacía? Me dolió no conocer a los actores, ni a los niños marroquíes, ni a Rinko (“Chieko”), una linda mujer que al verme me abrazó, lloró y me dijo que los Los tres entierros de Melquíades Estrada era su película favorita. No me la vuelven a aplicar: seré el productor de cada una de mis obras ahí estaré con derecho a veto».

En Babel, como nunca antes, la versión final del guión de Arriaga fue modificada por Alejandro, ya liberado de su tenaz censor. El personaje de Pitt viajó con su mujer a Marruecos para sanar la muerte de un hijo —y no para sanar una infidelidad como preveía el guión—, la escena de “Chieko” en el antro se prolongó mucho más de lo acordado y al personaje de “Amelia” le apareció en la boda de su hijo un amante besucón. «La primera decisión que tomé en aras de ser congruente con la película fue excluir del guión bloques enteros de estereotipos y lugares comunes que dramáticamente no aportaban nada y que dibujaban ese México idealizado y gracioso que ya no existe», confiesa Alejandro en el libro Babel de Taschen.

Aunque la relación ya estaba dañada, intentaron contener cualquier intento por saber qué ocurría entre ellos. Apenas el 4 de octubre de 2006, el periodista Jay Fernández de Los Angeles Times informó que gente que invirtió en los proyectos de González Iñárritu y Arriaga estaban “horrorizados” de que el primero hubiera prohibido al escritor acudir a la premier de Babel, en Cannes. Al poco tiempo los productores de Babel Jon Kilik y Steve Golin pagaron un desplegado para negar “el chisme” y sostener que las diferencias de los mexicanos sólo eran “filosóficas”. Además, transcribieron una carta de Arriaga y González Iñárritu dirigida a Los Angeles Times pero nunca publicada, que indica: “(Jay), estamos muy entristecidos por tu artículo. Es decepcionante que el foco de una relación de 10 años se concentre en su final”.