Es Viernes Santo. Hoy en el Cerro de la Estrella, Jesús será crucificado. Le pregunto a mis cuates cómo llegar, porque hasta donde sé, se pone duro el aperre y luego ni se puede ver nada. “Yo me sé otra ruta, soy de Iztapalapa” me dice uno, que me cae como ángel del cielo. Tomamos una combi en el Metro Atlalilco y subimos al Cerro de la Estrella. Nos deja en un paraje medio desolado: “Por allá está la Cueva del Diablo” me dice, señalando a lo lejos. Ay nanita. Mejor no mencionar al Maligno en Días Santos.

Después de habernos topado con un grupo de ska cristiano que ya empieza a poner el ambiente, al fin llegamos a donde se va a llevar a cabo la crucifixión. A pesar de que evadimos la mayor parte del atasque, nos toca en tercera fila detrás de la reja. No son lugares VIP, pero se alcanzan a ver bien las tres cruces donde más tarde, Jesús, Dimas y Gestas exhalarán sus últimos suspiros. Misión cumplida.

La vendimia

Los mexicanos, raza de bronce, nos la sabemos: a todo le podemos sacar negocio auxiliados de nuestro ingenio. A pesar de que muchos chavos lucen sus tatuajes de San Judas, Cristo y La Santa Muerte, si tú no tienes uno, no hay fijón: un señor pone tatuajes temporales con una pantallita de serigrafía por la módica cantidad de cinco pesos. Hay varios modelos a elegir: el rostro de Cristo en tres diferentes posiciones, una cruz con un cáliz, Jesús cargando la cruz o ya crucificado.

El calor está recio pero la gente no se mueve de sus lugares a pesar de estar bajo el rayo del sol. Si no traes paraguas o gorra, pasa un chavo vendiendo sombrillas hechas de etiquetas de Agua Bonafont. Si de aplacar la sed se trata, se acercan las edecarnes de Pepsi a ofrecer sus productos a los asistentes: 25 varos por un paquete de un agua y tres refrescos, y hasta te regalan un sombrero. Una ganga.

“Telescopios, lleve su telescopio para que vea mejor” dice un ñor. Reprimo mis ganas de decirle: “señor, su producto en realidad es un periscopio, que usa el principio de reflexión de las imágenes a través de espejos” pero caigo en la cuenta de que tal mamonería estaría totalmente fuera de lugar y me guardo mi comentario. El ñor sigue pregonando y se le venden bien: la gente sigue llegando y de no ser por esos armatostes de cartón, muchos verían puras espaldas y cabezas.

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La Pasión de Cristo en Iztapalapa. 10 (Notimex)

Otro señor ofrece Cristos en tamaño miniatura con una ventosa para adherirse al coche. “Le trae la oración al chofer, para su protección y su seguridad”. Le compro uno y en efecto, al reverso se lee: “Dame Dios mano firme y vigilante para que a mi paso no cause daño a nadie y líbrame de todo mal, amén”. Abajito de la oración, la foto de una troca.

Con el Jesús en la boca

A pesar de que el programa dice que la crucifixión empezaría a las tres de la tarde, Jesús nomás no llega. Poncio Pilatos repite, dos, cuatro, seis veces la condena de Jesús para hacer tiempo, pero el condenado a muerte no hace su aparición y la gente comienza a impacientarse.

María empieza su parte de la representación: “Hijo mío, hijo adorado”, dice entre sollozos muy realistas. Todos callan. Somos un pueblo al que le duele profundamente una madre que sufre. Por momentos parecería que de verdad María está sintiendo las caídas y la humillación de su hijo. La gente parece olvidar que está ante una representación y siente de veras los lamentos de la madre de Cristo. Aparece un chavo vestido de romano y un señor dice: “mira hijo, el de las galletas Emperador” y todos estallan en risotadas. Se rompe el encanto y qué bueno, porque la vibra ya se sentía pesada.

“Ahora sí que nos tienen con el Jesús en la boca, porque nada más no aparece”, dice una señora. “Es que sí ha de estar bien pasada la cruz”, responde otra, como buscando excusarlo de su retraso. “Pesa 99 kilos, eso dijeron” agrega otra, para aportar el dato cultural que explica por qué el hijo de Dios aún no llega al Gólgota.

De pronto aparece Judas Iscariote y la gente le chifla. Suena un grito de “culero”, como si estuviéramos en las luchas donde el rudo tramposo recibe los improperios de la porra de los técnicos. Toma el micrófono y públicamente se arrepiente de haber aceptado dinero manchado de sangre inocente. Arroja las monedas al aire y los niños presentes se arrojan sobre ellas, como si fuera el bolo de un bautizo.

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La Pasión de Cristo en Iztapalapa. 4 (Notimex)

“Mira hijo, se va a ahorcar en la piedra amarilla”, dice el mismo señor que se aventó la puntada de las galletas. “Ira, ya se va a colgar, carnal”, le dice un chavo a otro. En efecto Judas toma una soga, se la pone alrededor del cuello y se avienta de una piedra, redimido ante los ojos de todos.

“Ya llegó por quien lloraban”

Una banda de trompetas y tambora anuncian que después de casi hora y media de retraso, al fin viene Jesús. “Ya llegó por quien lloraban”, se escucha una voz, pero esta vez nadie se ríe. Pasa frente al enrejado cargando la cruz y todos sacan sus celulares y hasta tablets para tomarle foto: por un momento esto se vuelve el Foro Sol, repleto de asistentes retratando a una superestrella.

Mientras, del otro lado de la malla ciclónica que contiene a la muchedumbre, los periodistas fresquecitos y sonrientes buscan el mejor encuadre, de este lado comienzan los apachurrones de gente que intenta acercarse lo más posible para ver algo. La gente desquita los 15 pesos de su “telescopio” y no quita la mirada de las cruces en las que comienzan a alzarse Jesús y los dos ladrones.

“Ira, ira, ya lo van a picar”, dice alguien cuando la lanza fatal se acerca al costado de Jesús. A todos se nos vuelve a hacer el corazón chiquito al escuchar los realistas sollozos de la madre de Cristo. Un tenor entona el Ave María para indicar que el acto ha llegado a su fin.

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La Pasión de Cristo en Iztapalapa. 9 (Notimex)

La gente empieza a abandonar el lugar, aunque con cuidado, porque la pendiente es pronunciada y el suelo tiene mucha grava suelta. Aunque la historia se conoce, nos queda el mal sabor de boca de que, al menos hasta el Domingo de Resurrección, los malos triunfaron sobre los buenos. 172 veces ha ocurrido la representación de la crucifixión de Cristo en Iztapalapa y la muerte de Jesús sigue doliendo como si fuera la primera vez.

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