Amores platónicos
Por: Colaborador
Como resultado quizá de mi reciente arenga moralista sobre el precuerno, mi amiga Sandra dejó de enviarle señales cibernéticas a Moisés, el hermano de su amiga, pero los líos con su novio continuaron.
¡Ni pensar en terminar la relación! Hay muchas cosas de su novio, Horacio, que a Sandra le encantan, tantas como
detesta. Por eso vive en un tobogán emocional donde va de la cresta al fondo de la ola sin tregua, sin aburrirse nunca, es cierto, pero también sin encontrar un poco de paz. Así pues, como no está dispuesta a terminar («todos los hombres tienen defectos», señala con pragmatismo), y como tampoco le va a ser infiel, y como el precuerno le hizo sentir culpa, en un acto de contrición un tanto retorcido, Sandra decidió en cambio que sustituiría todo aquello con una relación platónica unilateral, de la que Moisés no está desde luego enterado.
Así, cuando se harte de Horacio o se sienta frustrada o se dé cuenta de que él nunca será exactamente como ella quisiera, se pondrá a pensar en el otro y a construir una relación mental paralela, donde habrá diálogos y situaciones maravillosas.
Tan sorprendente actitud me recordó que, cuando la conocí, Sandra atesoraba una nutrida carpeta con todo lo que entonces se publicaba sobre Emmanuel.
—En realidad, no me gusta gran cosa —me confesaría después—. Sin embargo descubrí que todas mis amigas de la escuela eran fans de alguien. Así que me puse a pensar a quién podría yo adorar a la distancia, para no ser del todo una freak, y opté por Emmanuel… No canta tan mal, ¿o sí?
Así está ella ahora, un cuarto de siglo después. Cuando Horacio y ella discuten por teléfono porque a él no se le antoja, otra vez, ver ninguna película, o porque a ella le da flojera ir a casa de los primos de él, en vez de defender su punto deja de escuchar la voz del otro lado de la línea y se va muy lejos. En esas escapadas mentales ya no está en su depa de la Del Valle y su hijo no la está reclamando a gritos mientras el novio la sermonea, sino que está en una enorme casa con jardín, en su mundo ideal, en su vida inexistente con el otro. En su mente, ella está platicando animadamente con su madre y Moisés llega de la mano del niño con un agua de coco con hielos. Se la da y la besa en el cuello, le sonríe, regresa con el niño al jardín para jugar futbol. Nunca han peleado, él se desvive por ella y hacen el amor todas las noches. Él no la contradice, ella nunca pierde la paciencia… ¿cómo hacerlo, si él es perfecto; sus amigos, encantadores; su familia, adorable?
En su mente, Sandra sostiene con Moisés interminables e interesantísimas charlas sobre astronomía, o se ponen a leer poesía, o escuchan a Santana y andan en bicicleta. En ese mundo ideal, claro, Sandra aparentemente no va nunca a la oficina, su hijo se comporta como niño de comercial y nadie tiene nunca que lavar los trastes. Es su película mental, la producción corre por su cuenta y es, desde luego, magnífica. Tanto, que cuando llega la hora de decir «¡Corte!», Sandra ya está más tranquila y puede regresar a su vida real y tenerle más paciencia a su pareja de carne y hueso.
El método parece estar funcionando. Moisés y ella no intercambian jamás ni una palabra, aunque ella de vez en cuando se asoma en el muro del Facebook de él. Y con Horacio las cosas ya no se crispan como antes y la relación transcurre en aparente calma. No es un cuerno ni un precuerno, sino una vida paralela la que mi amiga tiene, inofensiva, insustancial.
No la juzgaré.
Tal vez la fantasía sea la única manera de ser feliz con alguien y controlar lo que ocurre en la relación.
Tal vez la fantasía sea la única manera de ser feliz con alguien y controlar lo que ocurre en la relación. Igual a como ocurre con los niños que juegan con sus muñequitos y los ponen a hacer lo que se les da la gana, a preguntar y responder lo que desean, a volar o a emprender con éxito todo tipo de hazañas. Más aún, tal vez su exótico comportamiento sea el principio de una verdadera aceptación de la realidad y el resultado de una certeza no por obvia menos huidiza: que nadie es el hombre perfecto, y que la verdadera plenitud no puede experimentarse más que en las películas románticas o los viajes de hongos.
De vez en cuando, sin embargo, mi amiga se queda callada y pensativa. Se siente melancólica, extraña al hombre que no ha tenido y cuya voz apenas recuerda. Extraña lo que jamás ha vivido. Sufre de saudade o de esquizofrenia, según se mire. Cada quien debe inventar sus propios recursos para sonreír.
Mónica no habla en voz alta cuando está sola, ni juega con los muñequitos de su hijo ni actúa sus películas mentales. Pero sí las escribe, que es más o menos lo mismo. Quien esté libre de locura, que tire la primera piedra.