Escamilla siempre fue parco con los alumnos y profesores.
Era de sonrisa difícil y trato cortante. «Profesor, ¿no tiene trabajo que
hacer?», preguntaba a los maestros que veía platicando con los alumnos en los
descansos. «Unas horas estaba de buenas y te saludaba bien, amable, te
preguntaba cómo estabas. Si te lo encontrabas después pasaba sin verte ni
dirigirte la palabra, o te regañaba -señala un profesor que pidió el anonimato-
A los Maristas no les gusta ventilar sus asuntos, casi no sabemos nada de
ellos. No les gusta que alguien que no es Hermano esté hablando de estas
cosas».

Eran pocos los alumnos elegidos con
quienes bromeaba y platicaba más allá de un saludo. Le apasionaban los
deportes, y a los miembros de los equipos que representaban al IMS los invitaba
a comer, les regalaba ropa, los dejaba ver partidos de futbol de la Champions
League en el auditorio de la escuela en horario de clases. Se acercaba más a
los hijos de hombres con puestos políticos o empresarios. Con los demás su
interacción era casi nula, pero la disciplina, fuerte. Al menos cuatro
profesores fueron despedidos y 10 alumnos fueron expulsados durante los cinco
años que estuvo al frente de la institución. El reglamento del colegio, que
Escamilla publicó desde su primer año, señala: «l@s alumn@s se presentarán con
ropa apropiada, corte de pelo tradicional (se excluye pelo largo, cortes a rape
o extravagantes), sin aretes y evitando las exageraciones de la moda. Están
prohibidas las playeras con estampados agresivos o con leyendas inadecuadas o
de doble sentido. Es indispensable el uso de calcetines. Las alumnas podrán
usar falda o pantalón evitando las exageraciones en cuanto a lo corto, escotado
o ceñido de las prendas. El maquillaje y arreglo de las uñas será discreto y
sencillo».

Le gustaban los trajes caros. Y le
gustaba presumirlos. Paseaba por el
patio del Instituto México enfundado en ropa con etiqueta Armani, Hugo Boss,
Ermenegildo Zegna. Cuando los alumnos le
decían que su traje estaba bonito, él siempre mostraba la marca. «Por supuesto
que debe estar bonito», contestaba. No siempre tuvo los recursos para comprar
esa ropa. Nació en la pobreza y
entró a la Casa de Formación Marista, el primer paso para formar parte de esa
congregación, desde la secundaria. En esa casa los alumnos recibían todo lo que
necesitaban: ropa, alojamiento, educación gratuita. Sus estudios los realizó
con cargo a las cuentas maristas, desde su licenciatura en Ciencias Naturales
hasta una maestría en Innovación Educativa. En 1998 hizo votos de pobreza,
obediencia y castidad: se volvió Hermano. Fue profesor en tres colegios de la
congregación y administrador del Bohío, un centro de descanso de los Maristas,
ubicado en la Costa Esmeralda de Veracruz, cerca de Nautla. Los pagos y
reservaciones de los huéspedes debían depositarse a una cuenta personal de
Escamilla.

En 1999, un año después de tomar
los votos, los Hermanos lo nombraron director del Colegio México Primaria de
Orizaba, Veracruz. En 2005 llegó al IMS, ubicado justo al lado de Plaza
Universidad. Una de sus primeras acciones fue remodelar su oficina. Colocó
muebles nuevos, una pantalla de plasma y objetos religiosos antiguos.

Alumnos y profesores recuerdan que
Escamilla, cuando llegó al IMS, casi nunca veía a la gente a los ojos. Un tic
en el ojo derecho, cuyo párpado se cerraba involuntariamente cada pocos
segundos, lo hacía mirar casi siempre hacia cualquier otro sitio. En 2008
Escamilla decidió operarse para eliminar el tic. Tras una operación de casi
seis horas, en la cual su cerebro quedó al descubierto
, el Marista contrajo una
infección cerebral en el hospital y estuvo a punto de morir. Durante un mes
estuvo en coma y los pronósticos médicos no eran favorables. Los doctores
señalaban que era muy difícil que volviera a ser el mismo de antes. Pero salió
del coma y tres meses después de la operación ya estaba de regreso en el IMS.
Caminaba por los pasillos, ya sin el movimiento involuntario de su ojo derecho,
pero con una cicatriz de casi 25 centímetros que el cabello casi a rape no
disimulaba.

«Estuve en las manos del Señor y lo
v
i. Sentí su profundo amor y él me regresó aquí. Aún no era mi hora», dijo a
los Hermanos tras su regreso. Escamilla cambió a partir de ese momento. Sonreía
más, bromeaba y se dejaba ver más entre los alumnos. Pero también tenía crisis
de ira o de depresión que a muy pocos dejaba ver pero que se volvieron más
frecuentes al paso de los meses. No volvió a ser el mismo: instaló cámaras de
vigilancia en todos los rincones, y una de las tres puertas metálicas de
acceso, que medía tres metros de alto, se cambió por una de cinco metros. El
Hermano Víctor Ortega los recuerda así: «El
Hermano Escamilla quedó mal desde la operación y se volvió muy paranoico».