Quien esto escribe sobrevivió una temporada juvenil vendiendo insecticidas para plantas en un supermercado. Tener que atender a abuelitas preguntando si el producto también sirve para matar zancudos, o estar parado sin gente a la vista esperando a que pase el supervisor es es aburridísimo.

En Chilango sabemos que en épocas de vacas flacas, cualquier trabajo es bueno. Da estabilidad económica, ganas una lana a la quincena y es mucho peor estar de NiNi. Pero es que hay patrones que creen que en vez de tener empleados tienen esclavos, o peor aún, las condiciones de trabajo son para llorar. Preguntamos a gente que hoy tiene un empleo decente, cuál es el peor por el que han pasado:

[También lee:3 cosas de las que te pierdes por estar en la oficina]

Ave Barrera, novelista

“El peor empleo que he tenido fue el de trabajar como hostess en un restaurante. Era muy joven, iba saliendo de la escuela y tenía que sacar dinero de donde sea. Lo peor es que las dos semanas que duré en ese empleo no se apareció ni un alma. Nada, cero clientes. Yo me tenía que quedar muy bien arreglada, con unos zapatos incomodísimos, parada todo el día en la entrada. Fue horrible”

Benjamín Sánchez, ilustrador 3D

“Una vez tuve que trabajar haciendo zapatos en una fábrica pequeña que estaba instalada en una casa con decenas de personas más y con máquinas por todos lados. Poca iluminación, poco aire, el trabajo era durísimo y la paga escasa. Los dueños nos veían como esclavos y todos buscaban la forma de darte en la torre. No sacaba ni para el camión, así te la pongo. Duré una semana nada más”

Sonecito, músico trovador

“En mi juventud trabajé sacando copias en una secretaría de estado. Era un lugar muy pequeño y en esa época no había tantas impresoras como hoy, así que todo se hacía con fotocopiadoras: las secretarias te ponían a hacer milagros y querían que quedara mejor que el original. Cuando había proyectos importantes eran cerros de hojas y tenía que quedarme hasta la madrugada. Y como músico trovador de la calle debo decir que lo peor es ir a tocar a los restaurantes de la Condesa porque a la hora de la comida va puro Godínez y no te dan nada de dinero: hasta te piden una rola pero no te la pagan. Nos va mucho mejor en los mercados que en las zonas como Polanco, por ejemplo”.

[También lee:Manual de etiqueta en el baño del trabajo]

Amalia Carreño, chef

“Antes de que comenzara mi trabajo como chef trabajé en la estresante temporada navideña envolviendo regalos en una tienda departamental. Cualquier persona que haya pasado por ahí sabe que no hay peor cosa que envolver los regalos rápidamente (las cortadas de papel o con las tijeras están a la orden del día) o soportar las quejas de las personas que quieren que envuelvas toneladas de ropa en cinco minutos”.

Iram Huerta, editor

“Cuando salí de la Universidad mi sueño era trabajar haciendo libros, pero nadie me contrataba. Terminé como botarga en la calle -por lo menos pensé que así nadie me iba a reconocer- pero no sabes qué espantoso es estar abajo del sol, obligado a saludar a cuanta gente pasara y moviéndote al ritmo de la cumbia. Un día unos chavos me tumbaron con un ‘caballazo’ y ahí decidí que eso no era lo mío”

Jorge Flores, diseñador

“Duré seis meses trabajando en intendencia de un supermercado. Vi cosas horribleeees, ¡sobre todo porque me tocaban los baños!. Uno pensaría que en esos lugares te dan todo para desempeñar tu labor, pero ¡noooo!. Cuando te toca interactuar con cosas… pues ni modo. Hasta escalofrío me dio”

Laura García, conductora de La Dichosa Palabra

Fue en 1997. Era una empresa minera, yo hacía las operaciones con clientes extranjeros y sustituí a la encargada un mes de agosto ¡Agosto! ¡En Madrid! Sólo íbamos dos a la oficina todos los días. No trabajaba ni el del aire acondicionado así que morimos de calor. La otra persona era una fumadora compulsiva y no abríamos las ventanas por calor (en Madrid entra más calor por las ventanas), así que en un solo mes dejó mis pulmones negros como el carbón. Agradecía los días que no iba él, pero era una oficina grande y me daba miedo estar tan sola en un lugar con tanto silencio. Cada vez que sonaba el teléfono o el fax (sí, aún eran esos tiempos…) me sentía acompañada. Fue buena experiencia laboral, aprendí del sulfato de sodio muchísimo (enseñanza que, obvio, me ha servido para toda la vida diaria) pero agradecí la ley antitabaco que evitó repetir la experiencia de trabajar con una chimenea.

Por lo menos estas historias nos dan esperanza de que siempre puedes conseguir un trabajo mejor

[También lee:Las maldades Godínez en la oficina]

¿Cuál es el peor empleo que han tenido, Chilangos? ¡Cuéntenos!