El  lema del Kalpilli podría ser “Lo esencial es invisible a los ojos”: la escuela no presume de una infraestructura enorme (el edificio es mediano y apenas cuenta con dos pisos y dos jardines de juego), sin embargo no por eso las actividades que ofrece son limitadas. Los niños aprenden a respetarse mutuamente, en sus diferentes estilos y procesos de aprendizaje, y el ambiente (pero sobre todo la escuela) es lo suficientemente incluyente como para aceptar a niños con capacidades diferentes (en la actualidad tienen alumnos con autismo y síndrome de Down). Las instalaciones son modestas y quizás gracias a ello se respira un aire amistoso: los niños aprenden en grupos pequeños y cuentan con dos guías por cada nivel de taller (un nivel de taller equivale a dos de primaria). Las clases extraescolares incluyen materias tan exóticas como la capoeira y tan clásicas como el teatro. Una escuela fundamentalmente humanista, aquí todo se aprende espontáneamente, incluso el amor por los libros: cuentan, dentro del horario escolar, con un club de lectura, en el que cada niño lee un libro elegido por él mismo al mes y luego lo comenta con sus compañeros. La participación de los padres, si bien no es demandante, sí es fundamental.