La palabra importante es “familia”: el

Instituto Vermont es muy chiquito, y su

tamaño se ve refl ejado en una atención por

parte de las maestras que raya en lo auténticamente

hogareño. Todas las maestras

saben el nombre de todos los alumnos. El

patio tiene una pequeña gasolinera para los

de kinder, una casa de muñecas y un mini

supermercado para que los niños aprendan,

en términos prácticos, a utilizar números,

hacer operaciones lógicas, y hasta

a aplicar principios de ciencias naturales.

Por las tardes, tienen la opción de tomar

talleres de lectura y literatura, o incluso

pueden quedarse a hacer la tarea, asistidos

por las maestras. El acento va puesto sobre

la alegría de los niños. Como muestra, basta

un salón: la generación de sexto de este año

es tan unida, que decidieron dejar a los dos

salones del grado como uno solo. El Instituto

Vermont demuestra que, cuando se

tiene vocación, el tamaño del plantel poco

importa.