La vida de una mujer real (Margarita Urías) y su paso por distintos movimientos sociales sirve de eje para hacer una revisión a los grupos guerrilleros en México, principalmente en las décadas de los 60 y 70. El giro documental desde el que se aborda el trabajo modifica uno de los usos tradicionales de la escena teatral: el de representar. Este montaje no tiene ese afán. Hay otra intención. Una serie de elementos dispuestos en el escenario ayudan a construir el discurso apelando a distintos registros. Maquetas, máscaras, fotografías y textos proyectados, escenas insertas desde el plano cinematográfico traen a cuentas desde la ficcionalización y alegorización las múltiples vertientes de lo político, desde sus distintos protagonistas.

El giro documental desde el que se aborda el trabajo modifica uno de los usos tradicionales de la escena teatral: el de representar.

El "Rumor del incendio" compone un lugar no para el esparcimiento, sino para re-conocer, pensar, sentir y al mismo tiempo desplegar la fuerza de un símbolo: el de la rebeldía. Desde ahí, lo que se presenta no es un documento, una "obra terminada"; más bien, acudimos la presentación de un proceso. No se trata de una reflexión que simplemente se regodee ante la belleza de su puesta en espacio. Más que sembrar respuestas que tranquilicen la buena consciencia política del espectador o buscar que se sienta satisfecho por las buenas actuaciones (que sí lo son), buscan soplarle al fuego, y que caliente; podría decirse que se trata de una puesta en escena donde se acompañan los pensamientos. Se quiere contagiar el impulso de liberar a los cuerpos del yugo del miedo y el conformismo. Se busca inspirar para deshacerse de esa violencia que somete. No hay conclusiones dadas. Se ensaya sobre la necesidad de generar un cambio en la construcción de las éticas generales. Su relación con la verdad o lo verdadero visto desde la óptica de las fechas y acontecimientos es secundaria. Lo importante es el espacio crítico que estos jóvenes se han encargado de levantar.

Al final del montaje, de cara al público, se realiza de manera metafórica una pregunta por lo que viene, por la historia que continúa más allá de lo reconstruido. ¿Cómo ha de contarse? ¿Desde dónde? ¿Cómo movilizar este espíritu de rebeldía? La pregunta es cruda y dura en momentos como éste, donde la violencia parece tener el control absoluto del poder. Cuando el estado y el crimen organizado están coludidos en más de un enredo. ¿Dónde está la ley, quién la aplica? ¿Qué es la justicia? ¿Cómo hemos de movilizar esta memoria para articular de un modo menos esquizofrénico el relato que nos toca narrar? ¿Cómo ejercer esa energía, esa vitalidad maniatada? Y al mismo tiempo, ¿cómo convocar a otro tipo de actos y manifestaciones políticas en medio de esta llamada civilidad moderna? El conflicto es auténtico. El modo de presentarlo es preciso.

Más allá de cuestiones técnicas en la realización, detalles históricos o gustos, Lagartijas tiradas al sol nos presenta un proyecto potente. El rumor del incendio, a ese respecto, inscribe una reflexión poética sobre este país y una parte de su historia. De manera entregada, nos ofrece un inquietante, inteligente y entrañable ensayo sobre el acto de incendiar.

La obra se estará presentando en lo que resta del año en Suiza, Francia y España.