Imagina que de mocoso te toca la
suerte de aprender trucos de magia de la mano del mismísimo Harry Houdini. Tus
padres tienen una compañía itinerante de teatro, y al no saber cómo hacerse
cargo de ti, te llevan al escenario. En lugar de tomar clases de matemáticas e
historia, viajas por los Estados Unidos, aprendes a tocar el piano y el
ukulele, practicas malabares y apareces disparado por los aires en cada
función.

Más o menos así fue el comienzo en la loca carrera de Buster Keaton
(Piqua-Kansas, 1895), quien originalmente llevaba el aristocrático nombre de
Joseph Frank Keaton VI. El sobrenombre "Buster" (destructor) le fue impuesto
por Houdini después de ver al hijo de los Keaton caer de una escalera a los
tres años, y salir sin ninguna herida.
Y vaya apodo más atinado: el trabajo de
este actor se caracterizó siempre por su rudeza física y por el alto riesgo de
sus sketches. No es casual que uno de sus primeros números se llamase El Estropajo Humano. Sin embargo, el
chicuelo salía inmune y sin el menor rasguño.

Mientras actuaba con sus padres
en el show de "Los Tres Keatons", la mismísima Sara Bernhardt llegó a
indignarse con los tratos bruscos que le daban al niño sobre la escena. Desde
muy joven, Buster parecía haber captado dos poderes indispensables de la buena comedia:
el valor magnético de las pausas y el efecto irónico de la indiferencia.
A
diferencia de Carlitos Chaplin, quien recurría a la exageración gestual para
mover a la risa, Buster se quedaba fijo e inexpresivo como un palo de madera
(hasta se ganó el apodo "cara de piedra").

Este es probablemente el momento más conocido de Buster Keaton: