Oliver Berggruen, crítico y teórico de importancia seminal hoy en día, dijo que la obra de Yves Klein (Francia, 1928-1962) buscaba la “liberación total”. Es decir, el artista francés buscó, durante sus apenas seis años de carrera, la forma de llegar a la pureza más absoluta.

¿Qué pureza? En primer lugar, la de la pintura. Klein es históricamente famoso por un acto sumamente sagaz: presentar en su primera exposición monocromos de colores vibrantes, penetrantes; sin embargo, dueños de una transparencia que Klein describió como “el mismo reflejo del aire”. Monocromos, pues, en un momento en donde el arte apenas se sacudía la jaqueca del expresionismo abstracto y su densa carga de texturas, composición y peso emocional. Los colores elegidos: azul, anaranjado y rosa.

El problema fue que este primer acercamiento a la pureza no fue del todo exitoso. El público entendió que las piezas eran en realidad un acomodo bastante colorido para la decoración de interiores, y Klein en respuesta, se radicalizó aún más: con una resina especial, logró un matiz extraordinariamente sutil en el azul, y decidió hacer una exposición con monocromos únicamente.

Aquel fue el momento que más se conoce de su carrera. Cómo presentó esas piezas, cómo patentó su mezcla especial de azul (de ahí en adelante conocido como IKB, Internacional Klein Blue) y cómo logró, en ese sentido, una de las manifestaciones más acertadas de la pureza en la historia de la pintura. Incluso, el hecho de patentar dicho color se debió a una necesidad imperiosa de mantener “la autenticidad de una idea pura”. No es casualidad que, poco después, haya utilizado el fuego como medio para pintar. De nuevo: la pureza. El vacío.

Hace unos muchos años, Gabriel Orozco causó aparente conmoción porque expuso, en la Bienal de Venecia, una caja vacía de zapatos. Sin embargo, cinco décadas antes, Klein vistió una galería entera con cortinas de entrada, contrató a un par de guardias y enfiló a cientos de personas para que pudieran entrar a su más reciente exposición. ¿Qué había dentro? Nada. Un vacío. Una pureza. Otra de sus piezas más famosas ahonda también en el tema: Salto al vacío es una fotografía en donde se ve cómo Klein salta de un balcón hacia el piso, los brazos extendidos. No hay acto más puro dentro del performance, más puro: saltar. Dejar la voluntad del cuerpo al golpe del aire. Klein lo hizo de nuevo.

Antes de John Cage o del minimalismo americano de los 60, incluso antes de que Klein se inmiscuyera en el mundo del performance (que purificó al máximo) o las artes plásticas (que también purificó al máximo), jugó en el mundo de la música: su Sinfonía Monótona constaba de 20 minutos de un tono sostenido, seguidos de 20 minutos de silencio. Cosa normal en el mundo de la posguerra, pero en su momento, definitivamente adelantado.

Un adelantado. Y quizá el más adelantado de todos porque en las expresiones creativas del último siglo no hemos hecho más que buscar esa pureza: ¿qué no es eso el minimalismo en la arquitectura, no es eso lo que quiere mucha de la música académica? ¿No es eso el arte conceptual, la “idea pura”?

Pero lo más extraordinario de Klein es que todo esto lo hizo mientras, en la intimidad, vivía una vida fuera de toda norma: adepto de la filosofía zen mucho antes de que estuviera de moda, fue también uno de los primeros grandes expertos occidentales de judo, un fanático irredento del cine de su época, un showman… Su boda fue un exceso de color, ritual y exaltación. Un adelantado.

LA OBRA DE YVES KLEIN EN MÉXICO

El MUAC prepara la primera gran retrospectiva de Klein en México. Y no debemos de preocuparnos, porque no todo será vacío: Klein jugó mucho con su color, hizo cientos de miles de bellísimas esculturas espirituales y abstractas, pero también, como buen performer, hizo mucho con el cuerpo humano.

Veremos todo lo que puede verse: de sus hasta sus monocromos, pasando por sus registros de sus performance musicales (dicen por ahí que podremos escuchar su famosa Sinfonía Monótona) y todos esos hermosos que realizaba antes de su repentina muerte (murió joven, muy joven).

Cuenta la leyenda que, de joven, Klein se encontraba con sus amigos acostado en una playa. Entre ellos decidieron repartirse los elementos del mundo: uno quiso dominar los mares, otro la tierra. Yves dijo que él lo que quería era la transparencia del viento. El vacío. Con su dedo le dibujó una firma. Esa fue su primer gran obra.

Yves Klein, MUAC, mié, vie y dom 10-18 h, jue-sáb 10-20 h, jue-sáb $40, mié y dom $20, del 26 de agosto al 14 de enero de 2018