7:00 AM. Despertador. Cinco minutitos. Jueves. Ya jueves. Todo un día por
delante. ¿Qué es lo que sucede los jueves en la noche? ¡Ah, es día de
inauguraciones en el mundo del arte de la Ciudad de México! ¿A cuál de todas
ir? Podría hacer el recorrido Roma-Condesa, porque en esas galerías dan
cerveza y mezcal. Aparte, uno se puede vestir de jeans y tenis de colores.

Otra opción son los tacones, rubor y brillo en los labios para ir a las
galerías de Polanco, donde seguro darán vino tinto (nunca blanco). ¿Y si me
pongo una falda holgada y mejor me voy a las muestras del centro? Qué
difícil saber vestirse para inauguraciones.
Mi ropa tiene que decir que sé
de arte, de estilo de vida (soy culta, pero no soberbia), y que sí, el arte,
la crítica y la curaduría me dejan dinero. ARTE, ¡qué palabrota!

Y claro, de arte se tratan las inauguraciones, no de cerveza y mezcal, ropa y dinero.

Y claro, de arte se tratan las inauguraciones, no de cerveza y mezcal, ropa y dinero.

Hay que pensar en contexto: Si es una inauguración de arte contemporáneo hay que situarse fuera de la caja, pero no fuera de la biblioteca de vacas
sagradas ¡eso nunca! Entonces habrá que ver la exposición, pensar que
entendemos el discurso de la obra sin leer la cédula (que a veces el propio
curador remueve de las paredes), e ir a esa zona del cerebro donde se guarda
toda la información teórica de la Historia del Arte. Derridá y la
deconstrucción, Kant y los sublime, Nietzche y la muerte de Dios, ¿Santo
Tomás de Aquino y la doctrina teosófica? ¡Freud y la envidia del pene!… ya
no sé que pensar. No sé con cuál de todas las vacas/filósofos se puede
justificar que lo que veo es una colilla tirada en medio de un cubo blanco
de 3 x 3 x 3 metros, que no hay nada alrededor: sólo un montón de gente
admirando la colilla .

Pero si decido ir a una inauguración más formal, más oficial, como a una
macroexposición del Museo de Antropología e Historia, primero debo tener en
cuenta que las señoras de sociedad tendrán tanto perfume que el mío
rápidamente quedará opacado. Mejor sin perfume. Preveo que en esta expo me
voy a tardar cerca de hora y media en recorrerla porque, como su nombre
claramente dice, es macro. Me voy a acercar a las piezas, pensar que
entiendo el pasado egipcio o clásico y su importancia para el desarrollo de
la sociedad occidental-apostólica-católica en la que vivimos, y, sobre todo,
que lo aprecio.
¿Hora y media? mejor no uso tacones. Zapatitos cuquis como
las señoras de sociedad. Entonces ya no hay que buscar dentro de la
biblioteca de filósofos, sino en la de los nombres de gente que
probablemente nunca vaya a ver de frente pero de la conozco información tan
personal como dónde trabajan y su puesto. Porque así es la vida. El vino,
igual de barato, la exposición: qué mal que se tiene que pagar para entrar.

¿Por qué no puede ser como en las galerías o en los museos más modestos e
incluyentes como el Museo Tamayo de Arte Contemporáneo? Ir a la inauguración de una macroexposición no tiene por qué significar que uno va a codearse con los altos funcionarios (que usualmente no saben de arte). Al contrario, una muestra de arte de un tamaño tal, que físicamente puede albergar a muchísimas personas en su interior, debería ser gratuita desde el momento en que se sirve el vino en las copas de vidrio. ¿O por qué no hacer
macroexposiciones en lugares públicos? Lo que necesitamos es democratizar el
arte, y hacerlo desde dentro.

Por ejemplo, las calles: nada más democrático (en teoría) que las calles.
Desafortunadamente son a veces tan desoladas que parecen no ser nuestras. Y
sí, las calles nos pertenecen, pero para que así lo sintamos se necesitan
limpias, habitables, caminables, seguras. Tal vez es un círculo. Para que
las calles sean nuestras necesitamos insertar en ellas obras de arte, y al
hacerlo serán nuestras y podremos seguir apropiándonos del espacio público
con más acciones artísticas. Por eso propuestas de arte fuera de la
institución como el proyecto Habitar: No Autorizado son tan importantes.
Ellos pretenden invitar a los ciudadanos a apropiarse del espacio urbano,
hacerlo suyo a través de la experiencia plástica cotidiana(https://habitarnoautorizado.blogspot.com/). Más claro imposible.
Este jueves no usé tacones, ni rubor, ni brillo en los labios. Este jueves
cerré la biblioteca cerebral, no conocí a nadie ni un poquito importante del
mundo del arte y me fui a pasear por las calles de mi barrio a encontrar el
arte que ahí existe. Tal vez de esta forma se empiece a democratizar y
vuelva a tener un sentido más puro ir a una inauguración, cualquier
inauguración, así en vez de ir a hacernos los interesantes para que nos den
mezcal gratis, podremos ir a celebrar de verdad algún logro en el alcance y
la recepción del arte, que al final, es una de las pocas cosas que podrán
modificar el mundo.