Desde Barak Obama hasta el solitario esquimal en su llanura blanca lo han recordado emotiva y genuinamente. Y es que a unos meses de su partida, el autor sigue tan vivo como sus historias, en las que el futuro de una guerra nuclear suena tan retro como cercana para imaginarla. Los viejos maestros se van y no aparecen nombres a su altura; la ciencia ficción vive del desamparo y el remake.

Ray Douglas Bradbury (1920-2012) poseía una gran memoria, tanto que aseguraba recordar el día en que nació. En palabras del doctor Charles Pierce, presidente del hospital de maternidad donde Bradbury nació, el pequeño había sobrepasado el tiempo en el útero de su madre por un mes, por lo que ese tiempo de incubación adicional pudo haber aumentado sus sentidos. El autor se basaba en esa teoría para afirmar que recordaba su nacimiento.

Lo que sí es seguro es que Ray Bradbury llegó al mundo en Waukegan, Illinois, a las 4:50 pm el 22 de agosto de 1920.

Bradbury fue un ejemplo muy claro del éxito, del talento, la ilusión y la tenacidad de un escritor autodidacta, ajeno a las modas y a los cenáculos literarios. Enclenque y miope, se educó en las bibliotecas, en los cines baratos y las ferias. Allí comenzó su fascinación por las historias extrañas y deslumbrantes que devoraba y le permitían volar lejos de su pequeña ciudad hacia las estrellas.

Él mismo cuenta que, con 12 años, un mago de feria, Mr. Eléctrico, lo nombró caballero con su espada electrificada al grito de: “¡Vive para siempre!”, y que aquella fue una de las experiencias que lo lanzaron a la escritura. Mr. Eléctrico, días después, le presentó a todos los artistas, sus extravagantes colegas. Bradbury, semanas más tarde, comenzó a teclear en una máquina de escribir sus primeras historias sobre Marte e inició una costumbre que no abandonaría jamás: escribir al menos mil palabras diarias.

Aunque no pudo asistir a la universidad por razones económicas, se formó de manera autodidacta. Su familia emigró a Los Ángeles en 1934, y allí continúo empapándose de literatura en la biblioteca Powell de la Universidad de California. Leyó a Poe, Wells y Verne, pero también a Sherwood Anderson y Thomas Wolfe. Colaboró en fanzines de género fantástico, empezó a ganar dinero, y publicó su primer libro. Uno de los relatos que envió a las revistas gustó a un joven editor llamado Truman Capote (un sujeto que seguramente usted conoce por piezas maestras como A sangre fría). Otro editor, también apellidado casualmente Bradbury, le animó a pulir y reunir unas cuantas historias que se convertirían después en sus Crónicas marcianas, ese relato agridulce de la colonización de Marte donde, hablándonos del futuro, parece hacerlo de la prehistoria.

Jorge Luis Borges prologó la primera edición en castellano de Crónicas marcianas. Explicaba que: “Otros autores estampan una fecha y no les creemos porque sabemos que se trata de una convención literaria; Bradbury escribe 2004 y sentimos la gravitación, la fatiga, la vasta y vaga acumulación del pasado”.

En la obra de Bradbury hay fantasía, pero lo que la eleva es su capacidad para bajar a la Tierra y transmitir la soledad y la perplejidad del hombre que trata de sobrevivir bajo un cielo imposible de atrapar y que él mismo se encarga de ensuciar. Quizá no haya otro escritor de ciencia ficción con tantas incongruencias científicas y tecnológicas, pero tampoco con tantas fortalezas narrativas y gracias en el lenguaje. Entre sus obras dispersas como polvo galáctico figuran: El hombre ilustrado, El vino del estío y Something Wicked This Way Comes.

Además de escribir novelas de ciencia ficción, también escribió fantasía, horror y misterio. Pero su prolífica carrera no se limitó a la literatura; también escribió guiones de cine –entre ellos el más famoso fue la adaptación de Moby Dick (1956), dirigido por John Huston–, de televisión –entre los que se destacan muchos episodios de la serie de Alfred Hitchcock y la inolvidable Dimensión desconocida–; además incursionó en el teatro formando su propia compañía teatral “The Pandemonium Theatre Co.”.

Por sus contribuciones al mundo de la imaginación, Bradbury recibió en vida varios honores; el último le llegó en 2011, en conmemoración a sus 90 años de vida cumplidos, fue el Premio Pulsar del club de Ciencia Ficción de Sarajevo Pulsar. En 2007 recibió un reconocimiento de los organizadores del Premio Pulitzer por su prolífica carrera y contribución al género de ciencia ficción. En 2004 recibió La Medalla Nacional del Premio de Artes, por parte del entonces presidente George W. Bush.

La SFWA creó el Premio para guión Ray Bradbury en su honor.

En 1990, en su natal Illinois un parque fue llamado Ray Bradbury.

De igual manera, muchos programas de televisión se interesaron en el autor de El vino del estío, por ejemplo ABC-TV en 1979 lo invitó a preparar un programa conmemorando los 10 años de la llegada del hombre a la Luna; y NBC-TV creó una serie sobre Crónicas marcianas.

Ray Bradbury murió el 5 de junio de 2012, a la edad de 91 años. Vendió más de ocho millones de copias de sus libros en 36 idiomas. Sin duda de Ray podríamos citar infinitos reconocimientos en estos últimos días a partir de su re-nacimiento puesto que, hay seres que lejos de caer en el olvido o terminar condenados a la polémica penumbrosa de intereses editoriales, nacen escoltados por un consenso de luz, quizás un pacto de estrellas.

Hoy nos queda el recuerdo de su lucidez, su intensidad escénica –vaya que era bueno para las conferencias y las lecturas–…,su fabulación de una realidad dislocada por la locura, pero que él, con una paciencia galáctica, era capaz de enmendar sin negarla.

Paradójico: desconfiaba de la tecnología, aquella que había permitido a sus personajes colonizar otros planetas. Nunca manejó un auto, ni le gustaba volar en avión. Sus transportes favoritos fueron los patines y las bicicletas. Vivió medio siglo en la misma casa con la misma mujer, tuvo cuatro hijas.

Se negó casi hasta el final a publicar en edición digital y, en el plano político, fue conservador.

¿Qué vamos a extrañar de él?Su escritura sin pretensiones esnob. Miren que si algo hace falta son autores de verdad, en este mar de farandulería hipster, donde cualquier bloguero se siente más inteligente que los demás sólo porque… pues, porque sí. (Mientras escribía esta última línea, un marciano que nos observaba se aburrió al no encontrar a Ray. Compró sus libros en todos los idiomas, y se marchó.)