La vida de Gabriel García Márquez cambió al instalarse en la Ciudad de México, en ella desarrolló una parte de los libros que llevaba dentro y que no podía porque carecía de la convicción poética para escribirlos. En el Distrito Federal escribió Cien años de soledad, título que ha vendido más de 30 millones de ejemplares alrededor del mundo.

Tal vez el azar o quizá el destino lo hizo llegar y radicar en México. Comenzó como redactor en una revista para mujeres y de un periódico sensacionalista, después hizo guiones para cine, hasta convertirse en lo que siempre quiso: un escritor. Llamó al Distrito Federal una “ciudad luciferina” y aprendió a crecer junto a ella dejándole a cambio un pedazo de su vida.

A pesar de la adversidad y las amenazas se aferró a su sueño. “Comerás papel”, le advirtió su padre a Gabriel García Márquez cuando le platicó que había resuelto ser escritor, situación que le provocó soñar durante años que “rompía resmas enteras y me las comía en pelotitas, y nunca era el papel sobrante de los periódicos donde trabajaba entonces, sino un buen papel de 36 gramos, áspero y con marcas de agua, tamaño carta, del que seguí usando siempre desde que tuve dinero para comprarlo”.

Un tipo de convicciones. Decía: “el que no tenga Dios, que tenga supersticiones”. El Gabo que siempre tenía flores amarillas en su casa por aquello de que las flores amarillas traen suerte. Por eso “mientras haya flores amarillas nada malo puede ocurrirme. Para estar seguro necesito tener flores amarillas (de preferencia rosas amarillas) o estar rodeado de mujeres”. Por eso no podía escribir si no había una flor amarilla en el escritorio.

Y es que Gabito creía que el color amarillo era de suerte, pero no el oro, ni el color oro, “para mí el oro está identificado con la mierda”, por eso no lo usaba, ni en cadenas, relojes, pulseras, anillos, ni tampoco objetos de oro en su casa.

Un hombre discreto en su vida personal y profesional: no participaba en actos públicos, tampoco le gustaba dictar cátedras, ni exhibirse en televisión, mucho menos asistía a las promociones de sus libros, “ni me presto a ninguna iniciativa que pueda convertirme en un espectáculo”.

El escritor colombiano tenía sus rincones preferidos en el Distrito Federal, aquí te contamos qué lugares visitaba y quienes eran algunos de sus amigos en la Ciudad de México.

Bosque de Chapultepec

Uno de los lugares predilectos de Gabriel García Márquez era este parque urbano de la delegación Miguel Hidalgo, al que llamaba “bosque encantado”. En una entrevista dijo: “de la Ciudad de México, donde hay tantos amigos que quiero, no me va quedando más que el recuerdo de una tarde increíble en que estaba lloviendo con sol por entre los árboles del bosque de Chapultepec, y me quedé tan fascinado con aquel prodigio que se me trastornó la orientación y me puse a dar vueltas en la lluvia, sin encontrar por dónde salir”.

Casa de San Ángel

Ese espacio fue su hogar y centro de trabajo, ahí crecieron sus hijos –Rodrigo y Gonzalo- y escribió una parte de su obra literaria. Ahí también nacieron sus nostalgias. En octubre de 1965 comenzó a escribir Cien años de soledad y no se levantó hasta concluirla 18 meses después. Un día no sabía cómo resolver el ascenso de Remedios “la Bella”, así que miró por la ventana y vio cómo el viento jugaba con las sábanas mientras las tendía una trabajadora doméstica, de ahí tomó la idea de la elevación.

En 1963 en su casa sólo tenía dos discos: una selección de preludios de Debussy y el primer disco de los Beatles. Decía que “nuestro pasado personal se aleja de nosotros desde el momento que nacemos, pero sólo lo sentimos pasar cuando se acaba un disco”.

Ese año contó que “el mundo fue igual desde mi nacimiento hasta que los Beatles empezaron a cantar. Todo cambió entonces. Los hombres se dejaron crecer el cabello y la barba, las mujeres aprendieron a desnudarse con naturalidad, cambió el modo de vestir y de amar, y se inició la liberación del sexo y de otras drogas para soñar… sobre todo, fue el aprendizaje de una relación distinta entre los padres y los hijos, el principio de un nuevo diálogo entre ellos que había parecido imposible durante siglos”.

En 1982 confesó que tenía en su casa varios ejemplares de Pedro Páramo, de Juan Rulfo, disponibles para sus amigos y que ya había regalado algunos tantos; la única condición era“que nos volvamos a encontrar lo más pronto posible para hablar de ese libro entrañable”.

Centro Histórico

También fue seducido por el Centro Histórico. El Gabo contó que un día alrededor de las dos de la tarde, en pleno centro de la ciudad, esperó un taxi durante 30 minutos, y se acercó uno con la bandera levantada que parecía vacío. Casi al detenerse la unidad, vio a una persona junto al conductor, pero no había ningún pasajero. Le platicó de su ilusión óptica al chofer y éste le respondió con toda naturalidad: “Siempre sucede… a veces paso el día entero dando vueltas, sin que nadie me pare, porque casi todos ven a ese pasajero fantasma en el asiento de al lado”. Le platicó la historia a Luis Buñuel y el cineasta le dijo: “es un buen principio para una película”.

Casa de amigos

Le gustaba visitar a sus cercanos. Uno de ellos era Carlos Fuentes en su casa de San Jerónimo Lídice, donde el escritor mexicano trabajaba escuchando a los Beatles a todo volumen y fumando, y el Gabo contó: “escribe (a máquina)sólo con el índice de la mano derecha cuando fuma, y sostenía el cigarrillo con la otra. Pero ahora que no fuma no se sabe a ciencia cierta qué hace con la mano sobrante. Uno se pregunta asombrado cómo su dedo índice pudo sobrevivir indemne a las dos mil páginas de su novela Terra nostra”.

A principios de los años 60 del siglo pasado Alicia Morenovisitaba la casa, que a veces era una especie de embajada paralela de Colombia en México, donde se reunían intelectuales y artistas, ahí conocería a Rodrigo Moya, un fotógrafo que se convertiría en su amigo. Por eso el 29 de noviembre de 1966 el Gabo se presentó al departamento de Rodrigo en la Condesa para que le tomara la fotografía oficial de la primera edición de Cien años de soledad.

Moya fue el único fotógrafo que documentó el 14 de febrero de 1976 el puñetazo que le propinó Mario Vargas Llosa a Gabriel García Márquez y que le dejó un enorme moretón en el ojo izquierdo. Se acercó a su fotógrafo amigo de confianza para dejar constancia de la agresión y se dice que para bajar la inflamación utilizó bisteces sobre el ojo para evitar el escándalo del internamiento hospitalario.

Álvaro Mutis le obsequió a García Márquez un ejemplar de Pedro Páramo y le dijo: “para que aprendas algo”. Platicaba con Juan Rulfo sobre cómo nombrar a los personajes de los cuentos. El Gabo un día recordó que durante una de esas charlas, “Juan Rulfo –cuyos personajes tienen los nombres más hermosos y sorprendentes de nuestra literatura- me dijo alguna vez que él los encuentra en las lápidas de los cementerios, mezclando los nombres de unos muertos con los apellidos de otros, hasta lograr sus combinaciones incomparables: Fulgor Sedano, Matilde Arcángel…”.

https://www.youtube.com/watch?v=fmxTWnl6myU

Otro amigo del escritor colombiano fue el pintor y escultor José Luis Cuevas, incluso asistió a la boda de éste con Beatriz del Carmen en julio de 2003, celebrada en el museo que lleva el nombre del artista plástico, en lo que fuera el antiguo Convento de Santa Inés.

En abril de 2012 el Gabo, Álvaro Mutis, Julio César Serna y Enrique Fernández Castelló se reunieron en casa de en casa de Enrique Peña Insuástegui con el entonces candidato a Jefe de Gobierno del Distrito Federal, Miguel Ángel Mancera, para conversar sobre las propuestas culturales y las vivencias en la Ciudad de México.

En septiembre de 2013, Gabriel García Márquez inauguró el Royal Bol, un boliche y sala de juegos en el exclusivo complejo Garden Santa Fe, para acompañar a Daniel Feldman, encargado del proyecto arquitectónico, y a Jessi Milsteins, director del sitio.

Actualización: El Gabo fue también quien inauguró la sucursal de San Ángel del restaurante El Cardenal. Cuando el año pasado recorrimos los 10 lugares que los lectores de Chilango eligieron como los más emblemáticos del DF durante la primera década de la revista, los dueños de El Cardenal nos presumieron la placa alusiva con mucho orgullo.

Que en paz descanse, enorme Gabo.