Esa casa coyoacanense, donde los hermanos Juan y Carmen Villoro crecieron durante parte de su infancia y adolescencia, parece que está escondida entre negocios gourmet y oficinas de empresas de todo tipo, que se establecen en ese viejo y aún típico barrio en aras aspiracionales, de ser cool… en una frase: de ser pretencioso.

Aunque su presencia le esté dando al traste al Coyoacán de antaño.

Ese Coyoacán, aún típico y un tanto alejado del centro de la Ciudad de México, fue al que llegó la doctora Estela Ruiz Milán con sus dos hijos, en los años 60.

En esa casa de dos pisos, con muebles y objetos de antaño (a los que ahora pretenciosamente llamamos vintage), vive la doctora Estela Ruiz Milán, quien se casó con el filósofo Luis Villoro en 1955 y tuvieron a Juan, en 1956, y a Carmen, en 1958. Después se divorciaron.

Al platicar con ella de Juan se revela buena parte de su propia esencia: serena, muy amable, afable, platicadora, inteligente y querendona de sus perros.

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Cómo imaginarse a la mamá del actual escritor mexicano más famoso; dejen de eso: reconocido. Él ha ganado muchísimos premios y cuando hace unos meses obtuvo el más reciente, el de Poesía Ramón López Velarde, no faltaron los que le dijeron que renunciara a él, que hay muchos otros talentos en México; bueno, casi, casi le dijeron que él, Juan Villoro ya tiene demasiados, que no sea así.

¿Cómo imaginársela? Si justo el hijo, además, es conocido por su brillantez intelectual y muy requerido a la hora de opinar sobre los temas torales de este país, bueno hasta para delinear la que será constitución de la Ciudad de México. Pues hay que imaginarla tal como es Estela: maestra en Lengua y Literatura Española y doctora en Psicología que a sus 83 años recibe pacientes en esa casa.

Nació en Mérida, Yucatán, a donde volvió un tiempo a casa de su mamá, también llamada Estela y que la ayudó a criar a sus hijos. A la par del primer embarazo, Estela estudió Literatura en la UNAM, cuando la Facultad de Filosofía y Letras estaba en Mascarones, en Santa María la Ribera. Ahí fue donde conoció a Luis Villoro. Él le llevaba 11 años.

Y justo a Estela le tocó estrenar Ciudad Universitaria, en 1955, aunque ella dice que la escuela de Mascarones era más bonita. Incluso así volvió a CU en 1963, ahora para estudiar la maestría en Psicología. Para esa época Estela y sus hijos ya habían vivido en Mérida, Guadalajara, Narvarte y Del Valle hasta establecerse en Coyoacán, cuando Juan tenía 12 años. Él vivió en esa casa hasta los 22 que se independizó.

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El niño Juan jugaba soldaditos, canicas, vaqueros contra indios, era buen estudiante (de 9, dice Estela), le gustaba leer y, claro, el futbol. “Inventaba palabritas como ‘cuca` e ‘Íla’, como le decía a su abuelita paterna. Siempre fue muy hablantín, como Inés”. Estela se refiere a la hija de 16 años del escritor.

Hoy dice que en parte se entera de la vida de su hijo por el periódico, pero entonces la vida de Estela y sus dos hijos se centraba en criarlos, en sus clases de maestría y en llevarlos al Centro de Teatro Infantil (en la Roma) que dirigía y que dice que fue importante en la formación de los pequeños. “Era para que apreciaran el buen teatro y escribieran bien, y salieron escritores”, comenta Estela. Su otra hija, Carmen, es poeta y psicoanalista.

Estela muestra las fotos de su hijo; valora sobre todo dos, una donde está en esa casa de Coyoacán, en 1973, y que es del fotógrafo Javier Hinojosa. En la otra Juan está sin barba (porque tramitaba la visa para irse a Barcelona) en los años 90, “en la casa de Carlitos Pellicer”, cuenta ella. Esas son las fotos del álbum, pero en las repisas hay más, pero de sus tres nietos, Mariana y Federico, de Carmen, e Inés, de Juan.

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En esa casa en Coyoacán, con reproducciones buenísimas y en tamaño original de obras de Velázquez, un piano, cuatro gatitos, dos perritos (Canela y Chiquilín), Estela te recibe feliz, amable y afable mientras Eufemia, la señora encargada del aseo, te sirve una taza de té o café recién hecho. Una casa en donde puedes toparte una tarde cualquiera a personas como el poeta Francisco Segovia, “muy apreciado por nosotros”, comenta.

En esa casa en Coyoacán vive la madre de Juan Villoro.

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