A partir del libro Tiempo transcurrido de Juan Villoro, Diego Herrera de Caifanes produjo Mientras nos dure el veinte, un espectáculo literario-musical-teatral en el que participan el mismo Diego y los músicos Javier Calderón, Alfonso André, Federico Fong y el escritor. Platicamos con Villoro sobre rock y letras.

¿Alguna vez deseaste ser músico en lugar de escritor?

En la infancia y adolescencia hubiera preferido ser músico de rock. Aprendí a tocar guitarra acústica de manera básica, pero nunca logré que mis padres me compraran una guitarra eléctrica. A los dieciocho años, cuando empecé a trabajar, ya me había aficionado a la literatura, y no gasté mis ahorros en una Fender Telecaster.

En uno de los cuentos de tu libro escribes: «No se puede hablar de rock; ya lo había dicho Jimi Hendrix: el rock es como una ola, hay que sentirla en el momento, nadie puede cortar una rebanada de ola y llevársela a su casa».  

Hay una gran diferencia entre sentir la música y razonarla. A veces, al evocar en palabras lo que pasó en un concierto, se pierde la esencia emocional de lo que ahí viviste. El rock debe vivirse en el momento. Por otra parte, la gente altera su vida a partir de lo que escucha, de modo que hay un componente narrativo muy singular que se puede explorar a posteriori.

Los cuentos avanzan, de manera cronológica, de 1965 a 1985, dos fechas significativas para el país. ¿Cómo viviste ambos años?  

Mi padre formó parte de la Coalición de Maestros durante el movimiento estudiantil del 68. Fue un momento en que conocimos el miedo: muchos de los amigos de mi papá, como Heberto Castillo o Eli de Gortari, fueron a dar a la cárcel de Lecumberri. Yo tenía entonces doce años, era demasiado joven para participar, pero no para enterarme de lo que sucedía. Vi las manifestaciones desde la banqueta y me juré a mí mismo que jamás olvidaría lo que le había pasado a los estudiantes. Por otra parte, el terremoto del 85 significó la devastación de mi ciudad. Me uní a los brigadistas en la colonia Roma y tratamos de rescatar lo que fuera posible en un momento en que el gobierno no apoyaba para nada. Yo acababa de terminar Tiempo transcurrido, pero me pareció oportunista incluir el dolor del terremoto. En el prólogo digo: “Desconfío de los que en momentos de peligro tienen más opiniones que miedo”.

Hace 30 años se publicó la primera edición de Tiempo transcurrido. ¿Cómo ha cambiado el mundo de la música? ¿Crees que sea posible un acontecimiento tan grande como lo fueron The  Beatles, The Sex Pistols o Madonna?

La escena musical ha cambiado mucho. La industria del disco fue destruida por internet, hay una gran dispersión en la oferta, la radio ya no juega el papel central que jugaba antes. Sin duda alguna, abunda el talento, pero es difícil que se creen consensos y que la atención se centre en un grupo.

Tenías 30 años al publicarlo, ¿cómo has cambiado?  

Nunca he sido tan viejo como cuando cumplí 30 años. Era muy juvenilista y me parecía dramático tener esa edad. Bob Dylan había recomendado que no confiáramos en alguien mayor de 30 y al cumplir esa edad pensé que tenía razón. Tiempo transcurrido participa de esa sensación de vida concluida. Luego, la edad se convirtió para mí en algo ilusorio y comencé a vivir como si no existiera. Desde el punto de vista literario, he cambiado mucho, pero me da gusto leer los textos del joven que fui entonces, con la espléndida música que compuso Diego Herrera, en compañía de textos un poco más recientes y de obras de otros autores, algunos tan conocidos como Neruda, y otros que debieran serlo, como Luis  Humberto Chrostwaite.

¿Quieres ir al show Mientras nos dure el veinte? Se presenta este sábado 6 de mayo en el Teatro de la Ciudad, 19 h, $150-$350, boletos aquí