Revista Chilango

Amor por los tacos

Febrero 2017

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Un charco inútil

Crítica Chilango


Sala Xavier Villaurrutia

Reforma SN

Esquina con Campo Marte

Col.

Tel. 5282-1964

Horario

Lunes y martes 20 hrs.

Usuarios:



Precios

  • General
  • $45
TC: Todas
Boletos en taquilla

Crítica Chilango

Por Roberto Marmolejo Guarneros

El teatro no es un mecanismo de relojería. Puede haber buenos elementos en un montaje y no resultar una pieza redonda. O podemos encontrar el peor de los conjuntos y, por arte teatral, concretarse en un espectáculo memorable. El primer caso quedaría muy bien ilustrado por Un charco inútil, obra del español David Desola, que dirige Carlos Corona con Úrsula Pruneda (Irene), Tomás Rojas (Óscar) y Miguel Flores (Hierofante).

Y es que es innegable el talento actoral de los protagonistas. Úrsula demostró sus alcances en Bosques, de Wajdi Mouawad, dirigida por Hugo Arrevillaga, y Tomás y Miguel, aunque actores limitados, casi siempre resultan eficientes. Pero algo no funciona del todo en esta propuesta.

Puede ser que la dirección de Carlos Corona no tiene ritmo ni relieves: toda la obra transcurre de manera monocorde y plana, aunque tenga momentos verdaderamente fuertes, como el descubrimiento de que la locura es el recurso de los personajes para sobrevivir en un mundo violento.

Tampoco ayuda que los actores estén tan desaprovechados. El amplio registro de la Pruneda no se luce y Tomás se queda en su habitual –y corto- desempeño. Quizá don Miguel Flores, con todo el formalismo de su técnica actoral, sea el que mejor salga parado por la personalidad del personaje que le ha tocado: un viejo y sabio profesor.

Buenos elementos hay: una escenografía sencilla pero propositiva (Jesús Hernández), música discreta y solvente (Leonardo Soqui) y recursos como el video, que levantan la propuesta. El mismo texto de Desola es hermoso, aunque en el final nos machaque con un mensaje que suena demagógico y peor, redundante (“Mundo violento, mundo pervertido” y así).

¿Qué pasa que no cuaja Un charco inútil? Así es la alquimia del teatro: lo imprevisible tiene el mando. 

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