Si algo abunda en la cultura moderna mexicana son las historias de migrantes. Mexicanos que cruzan la frontera, o que mueren en el intento. Sin embargo, hay un grupo importante que suele pasar desapercibido: los migrantes centroamericanos que para llegar a Estados Unidos deben pasar por un reto muy grande: México.

Alejandro Hernández, escritor y periodista mexicano, pasó cinco años recorriendo las rutas migratorias del país, y después de vivir toda clase de experiencias nos trae Amarás a dios sobre todas las cosas, novela en la que cuenta la historia de Walter, un migrante ecuatoriano, y su familia.

¿Cómo fue tu experiencia recorriendo las rutas de migrantes?

Fue una experiencia que sucedió en una circunstancia completamente fortuita. De pronto tuve oportunidad de ver cómo vivían, cómo caminaban, cómo se caían y cómo se levantaban los migrantes, y tuve la oportunidad de platicar con ellos. No pude salir ileso de la intensidad de sus relatos, de manera que fui cada vez profundizando más. Empecé a recorrer prácticamente todas las rutas en diferentes momentos. Estuve en el tren, en las vías, en los caminos, en todos los puntos donde pasan los migrantes y platiqué con cientos de ellos. Pensé que lo que seguía era contar lo que tenía acumulado.

¿Por qué contarlo en forma de ficción?

Decidí compartirlo como una historia porque si alguien lee un informe no genera empatía, en cambio cuando se toma un personaje y el lector se identifica con él, va haciendo la ruta del migrante, que es lo que yo buscaba. Quería que el lector fuera viviendo el camino emocionalmente.

¿Cómo fue el proceso de seleccionar y adaptar a ficción los testimonios que tenías?

Yo tenía un cúmulo de vivencias y luego puse unos personajes base. Luego fueron apareciendo otros, y creo que casi mágicamente muchas fueron cayendo naturalmente dependiendo de la edad, el sexo y otras características de los personajes. Más del 80% de lo que pasa en la novela es real. Lo malo de esto no es tanto que pasó, sino que sigue pasando.

Si es una historia que cuenta la realidad de toda una comunidad, ¿por qué abordarla desde el punto de vista de un solo personaje?

Yo creí que una voz omnipresente sería más fría, y no necesariamente podría decir lo que siente. Preferí una voz que pudiera decir “siento”, “temo”, porque pensé que era una forma más directa de guiar al lector.

Como periodista, ¿cuál fue tu mayor reto?

El principal reto fue contarlo de la manera adecuada y buscar verosimilitud. No basta con ser veraz; alguien puede hablar con la verdad y no ser creído. Hice un gran esfuerzo por mantener esa característica por más fuertes o crueles que fueran las escenas que estaba narrando. El gran reto fue narrarlo, incluir hechos históricamente documentados y que eso no pareciera que el protagonista estuviera escribiendo una nota. Había que hacer que esa síntesis periodística se empalmara con la literatura y se convirtiera en un fluído narrativo intenso y creíble.

¿Por qué contar esta historia?

Porque hay que tomar conciencia sobre esta situación. Yo quiero producir emoción, y si se puede, conmoción.

¿Crees que la gente puede hacer algo para que estas historias dejen de suceder?

Yo creo que la primera obligación es saber, y la segunda, hacer saber. Creo así estaremos contribuyendo a crear no sólo una conciencia individual, sino también una colectiva, porque el vacío en el que están los migrantes es por una ignorancia colectiva. Si logramos este despertar, podríamos hacer algo contra la parálisis del gobierno hacia lo que está ocurriendo. Antes era un problema que se minimizaba. Decían que las cosas no eran así, o que eran casos aislados. Tuvo que llegar la tragedia de San Fernando para aceptar que esto era un problema. A pesar de eso, sigue habiendo una indiferencia total.

¿Qué es lo que más te ha impactado en todo este recorrido?

Un contraste entre la vulnerabilidad del migrante y su fuerza interior. También me impacta cómo ese microcosmos encierra las expresiones de la condición humana en su manifestación más extrema. Hay actos generosos que te conmueven, y actos crueles. Sin embargo, es como si en ese mundo sólo existieran los extremos. Los migrantes tienen gente que los ayuda sin pedir nada a cambio, y por otro lado tienen quien les quiere quitar todo lo que no tienen.

En la migración hay muchas paradojas. Una de las más dolorosas es que los migrantes dejan lo que aman porque lo aman. Una mamá abandona a sus hijos porque los ama, y eso no es una lógica común. Es una expresión de amor casi sublime, tiene que renunciar a lo que más quiere para poder brindarle algo. Por tener algo tienen que abandonarlo todo.

¿Qué le dirías a la gente para que lea tu libro?

Les diría que muchas veces nos sentimos oprimidos por lo que pasamos en la vida, pero si volteáramos a ver a los migrantes, que pasan por cosas muy duras, veríamos cómo son capaces de levantarse. Eso nos enseña a que hay que superar cualquier adversidad y seguir caminando. Si los lectores son sensibles a esto, habrá más esperanza de que cambien las cosas.