Con el fin de seguir una línea de curaduría que busca revelar el trabajo de los más influyentes personajes del arte mexicano, el gabinete gráfico del museo Carrillo Gil presenta, Enrique Guzmán: Autorretratos, una serie de dibujos hechos por el pintor tapatío donde lo único que se revela son sus manos sosteniendo diferentes objetos.

La sofisticación de estos dibujos queda en el encanto de la sutileza: las líneas son delicadas, tan precisas que parecen planos arquitectónicos. Sin embargo, el verdadero enfoque que Guzmán le dio a su obra está en el lugar que le atribuye a los objetos cotidianos: una moneda, un limón, una navaja. Una neurosis de artefactos y geometría es lo que ha caracterizado la obra del pintor suicida.

Si bien a simple vista estos dibujos pueden no representar más que una simple imagen sin trascendencia, el sello de Guzmán se basa haber encontrado su propio lenguaje alejado de las enseñanzas impartidas por La Esmeralda (academia en la que estudió pintura durante los años setenta). Imágenes llenas de simbolismo, vacías y desesperanzadas. A su vez, se aleja de todos los comportamientos sociales revelando obras que se alejan de cualquier interacción humana para dejar a la soledad como protagonista.

La obra de Guzmán ha sido notable por no poder ser categorizada dentro de un género. No obstante, las reacciones que despierta dentro del público que atestigua su obra sólo despierta el cuestionamiento del ¿porqué? y hasta parece absurdo encontrar tan finamente enmarcadas una colección de manos que toman objetos entre sus dedos.

La exposición es como los trazos del artista: limpia y sin riesgos. No obstante vale la pena presenciar el “autorretrato” de un pintor cuyo tema principal es el vacío. Ya que una vez que se conoce la ideología de Enrique Guzmán, la muestra de sus manos (por más vaga que pueda parecer) logra cobrar vida.