La única respuesta que encuentro es que, como muchos antes de él, ha encontrado la verdadera genialidad en la creación de su propio mito. En su caso, el "fenómeno" se debe, única y exclusivamente, al mito. ¿Qué mito?

El de su identidad. Si bien el más purista de los grafitteros sabe de cierto que su nombre y cara deben guardarse en el secreto, por aquello de lo ilegal y lo político, Banksy optó por la vía de hacer de su anonimato un objeto público. Sabía que el enigma de su identidad generaría morbo, curiosidad y leyenda. Con cada una de sus intervenciones, físicas o gráficas, quiso dejar en claro que era él, BANKSY, y nadie más, el que las perpetraba. La curiosidad necesitaba un nonbre.

Más allá del aparente mensaje de sus imágenes y obra, a favor de la libertad de expresión y en oposición a toda represión autoritaria, el fondo verdadero de sus acciones llevaba implícito el sello de "…y recuerden, esto lo hizo Banksy, el anónimo". Conforme ganó cierto reconocimiento a punta de paredes pintadas, subió el tono público de su presencia hasta vandalizar todos los discos de Paris Hilton en una discoteca, por ejemplo, o imprimir billetes falsos con la cara de una Lady Diana recordada el día de su muerte. El hambre incesante de saber quién era el verdadero hombre (¿mujer? ¿Feminismos, anyone?) que llevaba a cabo esas acciones, por morbo básico en la condición humana, lo llevó a la victoria.

Fairey nunca tuvo problema en mostrar su cara, su obra no requería de la invención de un mito. Banksy lo forzó, evento público en evento público, hasta lograrlo. Como un aprovechado. Un ególatra. Para eso sí, un "genio".