La colección nacional de insectos no es ni por muchola más grande de México, pero sí la más grande abiertaal público. No puede compararse con los 1,722,771 ejemplaresde la del Instituto de Biología de la UniversidadNacional Autónoma de México, la cual, sin embargo,únicamente está destinada para investigación.La del Museo de Historia Natural y Cultura Ambientaltiene una función divulgativa, por eso su guardianacontinuamente da pláticas agrupos pequeños. Les expone losmitos y curiosidades de los insectos,y su importancia dentro del ecosistema.A veces le piden ver alguno en específico.No lo busca en la base dedatos. Conoce este espacio comola palma de su mano y, sin titubear,va a la gaveta correcta y lo lleva.También realiza algunas exposicionesen una salita ubicada junto alvestíbulo del museo, que en sus iniciosservía como fumador –cuando sepermitía “echar un pitillo” en espaciospúblicos–. Jamás imaginó que sería unaprueba del reconocimiento a su larga trayectoria:40 años de curaduría.

En agosto pasado, la “Sala de Entomología” fue renombrada. Ahora en una bonita placase lee: “Bióloga María Eugenia Díaz Batres”. Paraella, este reconocimiento es una de sus mayores satisfaccionesy un impulso para seguir adelante. En 2012 montóen ese lugar su exposición, que se basa en una guía visualrecién publicada llamada Mariposas de Chapultepec y en laque colaboraron su esposo y su hija. Este libro es el resultadode casi 20 años de investigación sobre las poblacionesde mariposas que habitan en el Bosque de Chapultepec. “El proyecto inició con una sencilla pregunta: ¿qué especieshabitan en el bosque? Así, con binoculares y red enmano, en 1995 salí a realizar mi primer muestreo y colecta.Me sorprendió saber que existían más de 89 especies yencontré una que ni siquiera se había documentado. Casi10 años después, en 2004, realicé mi segundo muestreopero para entonces sólo encontré 46 especies”.

La disminución, según María Eugenia, no sólo habíasido en variedad sino también en cantidad. Para su últimacolecta, en 2008, localizó poco más de 30 especies. La bajaen las poblaciones de insectos como las mariposas resultapreocupante debido a su papel como bioindicadores delambiente. Es decir, de la salud del ecosistema. “Son comoel canario en la mina. Si desaparecen, algo no está bien”.

María Eugenia intentó avisar a las autoridades, comenzandocon las del museo. Pero antes necesitaba conocerpor qué desaparecían estos insectos. La respuesta fuesencilla: la escasez de flores. “La última vez que vine amuestrear había varios jardines alrededor del parque.Pero en 2004 habían desaparecido. Donde hay floreshabrá mariposas, pero si las primeras desaparecen lasotras se irán también”. Ahora, para resolver el problemase prevé la creación de jardines, tanto cerca del museocomo en otras secciones de este pulmón de la ciudad.

Visitar el Museo de Historia Natural y CulturaAmbiental, ese extraño edificio de estructurassemiesféricas que durante la década de los sesentafue considerado uno de los más modernos de su tipo yque hoy, bueno, hoy sigueen pie, parece una especie deritual obligatorio por el que muchoschilangos –si no es que todos–hemos pasado al menos una vez.Después de tanto tiempo María Eugeniaes una especie de historiadora nooficial del sitio. Ella conoció a todos susdirectores y vivió las venturas y desventurasde este lugar. “Era un museo devanguardia. Un sitio hermoso con unaarquitectura innovadora. Sus salas teníaninformación al día y captaba unagran cantidad de visitantes, tanto nacionalescomo internacionales”, dice.Hoy, casi 50 años después, aún se aprecianalgunas bondades de este lugar quenació a la par del Museo Nacional de Antropologíae Historia. Aunque su futuro fuemuy diferente. María Eugenia cierra los ojosy hace un balance entre el pasado y el presente. Reparteculpas entre quienes pudieron hacer algo pero dejaron queel color de los domos se desgastara y las exposiciones sevolvieran obsoletas. “El gran problema, además de la faltade recursos y el poco interés que han mostrado políticos ygobernantes, es que desde sus inicios el museo haya sidodesligado de instituciones como la UNAM o el IPN“.

Cuando se inauguró, en 1964, el museo pasó a serresponsabilidad del Departamento del Distrito Federal,desvinculado de los sitios donde se realiza la cienciaen el país. Hubo que esperar a finales del siglo pasadopara que alguien tomara conciencia de las precariascondiciones del único museo de Historia Natural en elDF (recientemente se abrió otro en Ecatepec, pero porparte del gobierno mexiquense) y se acordara realizar unplan de reestructuración que sigue en curso. “Con esfuerzo puede mejorarse mucho. Poner al díasu información, mejorar las instalaciones, modernizarlo,que vuelva a ser un sitio donde se aprende ciencia deprimera calidad y actualizada”, dice. Sin embargo, algole preocupa. Sabe que el momento en que tenga que retirarsey decir adiós a su colección está cada vez más cercay, sin alguien que quiera ocupar su puesto de vigía, eltrabajo de tantos años podría simplemente desaparecer.

“He preparado gente para cuando me marche.Perolos jóvenes entomólogos no quieren quedarse. No los culpo.Los que estamos, es más por amor al arte que por elsueldo o las prestaciones, pues el museo apenas subsiste.Cuando veía cómo poco a poco se desatendían más de ély del trabajo que hacíamos aquí, pensé en abandonarlo.Ganaba más por menos horas en una secundaria dondetrabajaba los días que no venía a Chapultepec. Pero decidícontinuar cuidando esta colección. Hacer lo que te gusta,y que te paguen por eso, aunque sea poquito, te permitesentirte realizado y franquear obstáculos. Eso es lo quehe logrado con mis bichos.” FIN.

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