Después de su paso por Rokai –y de elevar el estándar en cuanto a barras de sushi en la ciudad–, el chef Hiroshi Kawahito llevó la batuta de un restaurante mucho más grande y con una propuesta a la que vale la pena echarle un ojo. Tanto la barra fría como la cocina caliente presumen ingredientes muy cuidados.

Como todo japonés que se respete, la carta invita, como primera opción, a ponerse en las manos del chef con un omakase, que puede ir de ocho a 10 tiempos y que cambia todos los días. Para mi gusto, tiene un precio muy razonable y ofrece diversidad y contundencia. Y no, no te quedas con hambre.

Si la decisión es pedir a la carta, hay una buena selección de nigiris y sashimis –no olvides probar el de hiramasa y el de toro–, el único problema es que si te dejas ir con éstos, la cuenta lo resentirá.

Después están los ostiones y almejas, que están muy bien, pero, a decir verdad, cada vez es más común encontrarlos en la ciudad. Así que te recomiendo que pidas un par de entradas e ir directo a los platos fuertes, entre los que hay joyitas, como el ankimo –hígado de rape con ikura–, algo así como el foie del mar, un espectáculo en la boca. Pregunta por la cabeza de pescado frito en salsa ponzu (a veces está disponible toda la cabeza, otras, el cuello) y algún caprichito más, como el pork belly glaseado o el tuétano con yuzu.

En la terraza te puedes quedar la tarde entera, lo peligroso es que tienen una carta muy interesante de sakes, los hay de distintos precios y orígenes. De hecho, para cuando leas esto, ya estará disponible uno completamente hecho en México, habrá que probarlo.

Hiroshi ya no está detrás de Zoku, pero su esencia se mantiene fiel a su origen.