En Polanco entre espacios amplios y colores relajantes se dividen todas las mesas de este restaurante japonés, con nombre en inglés pensado para el paladar mexicano. Bendita globalización, trayéndonos lo mejor de todo. La decoración parece de un Japón más contemporáneo, pero igualmente diseñado y orientado desde el Feng Shui.

Lo mejor es ir con un grupo mediano para pedir una mesa con parrilla propia. Lo padre del teppanyaki -o sea, la parrilla- es llenar tus pulmones con el aroma de la comida cuando el cocinero la prepara, la avienta, la gira, la corta y tú piensas: “Seguro a él lo dejaban jugar con su comida.” Si no tienes tantos acompañantes, hay barras más pequeñas para los que también quieren un show. Hay dos salones privados y uno semi privado, para un show semi privado.

Los techos y el ambiente hacen que el sitio no se llene de humo, no te preocupes por asfixiarte. Preocúpate más por elegir qué comer. El teppanyaki sirve carne certificada Wagyu. Quien la ha probado sabe que su mayor certificación no viene de una institución, sino de los litros y litros de baba derramados con tan solo mencionarla. Si no nos crees, prueba el rib-eye wagyu y llora de felicidad.

Hay tres menús de degustación: el Toyo, el Kiba y el de mar y tierra. ¿Cuál es mejor? Tan imposible decirlo, como leer japonés sin saberlo. Si no quieres degustar, échate la ensalada de salmón (el samurai de las ensaladas) con su piel crujientita que cortará tu hambre de golpe. Entre lo mejor del lugar están Fire Roll y Dragon Roll que suenan como dos películas muy malas, aunque son dos rollos excelentes. El Fire Roll trae: camarón tempura, espárragos, salsa de anguila; y el Dragon Roll viene con camarón empanizado, aguacate, mango, queso crema y pepino.

Si además quieres vino, hay de dos opciones. Si sabes, pide el que más te gusta. Si no, mejor acepta recomendaciones. Pero no te quedes ahí sentadote, lánzate a la cava porque puedes explorarla y encontrar tu botella, aunque seguro, vas a dudar ante tantas opciones.