De reojo podría parecer asiático. Se leen palabras como thai, teriyaki, wasabi. Con una segunda lectura, entiendes que el chef es español: hay una ensaladilla rusa por ahí, aparece en el menú una empanada de langostino con ajillo… pero cuando la comida llega a la mesa, no existe un concepto previo que pueda definir la cocina del multipremiado Ricard Camarena.

Llegó de Valencia con una cocina desenfadada y muy quitada de la pena; los sabores son contundentes y las presentaciones sacan sonrisas. Por ejemplo, el sándwich de niguiri de pato-Pekín (no es español, ni gringo, ni japonés, ni chino… es canalla) o la galleta Oreo de parmesano y tocino. Son bocados que provocan y obligan a pedir más.

Mi recomendación: todo al centro. Las porciones son generosas y, si no se comparten, pueden llegar a saturar. Para muestra, la tempura melosa de verduras, una delicia una vez y una delicia dos veces, pero la cantidad para una persona podría ser mucho.

Quizá la selección de platillos en mi primera visita a Canalla Bistro coincidió que todos tenían un alma cremosa –me faltaron toques ácidos–, pero la carta es generosa y hay suficientes opciones como para crear una buena experiencia.

Su ubicación en un centro comercial todavía un tanto desangelado podría ser un problema, sin embargo, creo que Canalla tiene la suficiente propuesta como para hacer que, incluso, la gente tenga un pretexto para visitar la plaza.