Ponte trucha si tú vives en la capirucha (o zona conurbada). Este es un restaurante con apariencia de “changarro” pero de muy buen ver, en el que la vida es más sabrosa y todo es felicidad porque los platillos vienen del mar.

Para darte la bienvenida te sirven un caldo de camarón en jarrito que va sazonado a la perfección con un toque picante. La solución para los crudos. Te lo vas a querer tomar de shot, pero recuerda que ese hábito te llevó a tener resaca. Mejor vélo chiquiteando para abrir el apetito.

Una orden de pescadillas (conocidas en costeño como: pejcadías) te sirven para calmar el antojo. Son un poco grasosas pero están buenas por su rico sabor casero (como los panes de la tía).

Dos platillos protagonizan el lugar: la mariscada y los ostiones Rockefeller. El primero lleva todo tipo de mariscos en un jugo de naranja que lo convierte en un exquisito manjar; va acompañado de queso fundido, nopales y tortillitas. El segundo va preparado con espinacas, salsa inglesa y queso manchego gratinado.

El pulpo a la piedra también es uno de sus platillos especiales. Lo sirven entero, con una cocción perfecta, sobre una cama de piedras como si estuviera tomando el sol. Nos gustó tanto que pensamos en describirlo como estentacular o pulpadrísimo.

La cocina está a la vista, así la clientela puede ser testigo de la impecable limpieza del lugar (algo que brinda muchísima paz mental cuando uno come mariscos). Además es ideal para el desayuno de fin de semana con su buffet de 8 a 13 horas.