Es el hijo pequeño del restaurante Los Danzantes. Un lugar que llegó para inyectarle vida (y calidad) al mero, mero Centro de Coyoacán con una propuesta sencilla y muy divertida.

El espacio retoma elementos tradicionales y les imprime un twist: artesanías, máscaras y algunos motivos prehispánicos forman parte de la ambientación cálida.

El protagonista, desde el nombre, es la planta de maguey y el famoso destilado que de él se desprende: el mezcal. Aquí podrás hacer una ruta por la oferta mezcalera (y volverte experto) en la barra del Salón de los Jaguares. Aunque es fácil quedarse picado aquí, hay que seguir el camino y probar la comida.

De Oaxaca se trajeron lo mejor: canastitas de tostada, rellenas de guacamole y chapulines (una fiesta de sabor que combina lo cremoso con el sabor acidito de los chapulines). Si por nada del mundo comerías un insecto, pasa a la siguiente recomendación.

Caldito de camarón, no muy picoso y con menudencias (osea ya aderezado con verduritas y toda la cosa).

Por nada del mundo te pierdas las tlayudas (son un platillo sencillo, que se suele comer en las banquetas): esas tortillas gigantes, rellenas de frijoles, queso, aguacate y —si así lo quieres— chorizo o carne. Son buenísimas, con la tortilla medio tostada y el melange de sabores por dentro.

Lo que se le puede reprochar al lugar es que la última vez que lo visitamos, no tenían ¡tlayudas! Una decepción si contemplamos que son una platillo que ocupa un lugar protagónico del menú.

El servicio es bastante casual y como parte de la filosofía del lugar, muy hospitalario.