El nombre del local no proviene de algún amor no correspondido. Se refiere a aquellas recetas mexicanas que se han quedado empolvadas y que ahora son protagonistas de su menú. De la decoración se encargó el mismo equipo tras el concepto de Pan Comido y Chomp Chomp (los dueños son los mismos). Aquí es llamativa y original (hay espejos hexagonales y lámparas cúbicas, además planean pintar un mural), aunque difícilmente alude a una típica fonda, pero sus precios y sazón le brindan autenticidad.

El concepto gastronómico, además de rescatar recetas, propone una cocina itinerante: cada tres o cuatro meses va cambiando su menú de acuerdo con diferentes regiones del país. La Ciudad de México y el Estado de México fueron los encargados de dar el banderazo culinario con platillos como la tinga de conejo, acompañada de un interesante y acidito guacamole de guayaba, o el mole verde, elaborado desde cero con 32 especias. Es tan rico que provoca querer abrazar a Mago, la mayora que lo preparó.

Si nunca has escuchado de tlapique, debes ordenar la trucha de Malinalco. Se trata de una técnica de cocción dentro de una hoja de maíz que le aporta un ligero y delicioso sabor ahumado. Y si de antojos hablamos, hay que irse por los mixiotes de cerdo al pulque. La carne se marina en la bebida durante 24 horas, se adoba con chiles y se cuece en hoja de maguey. Todo es casero y hecho al momento, así que el postre es imprescindible. Hay que hacerle un huequito al volcán de chocolate oaxaqueño, acompañado por una trufa con chile guajillo, o pedir el panqué de elote con esfera de chocolate –que se derrite al momento con atole.

En caso de querer ahorrar unos pesos, también cuentan con un menú del día ($135) que incluye agua con refill, sopa, ensalada, plato fuerte y postre. Los vecinos de la Escandón clamaban por un espacio de comida rica y accesible, y ya lo tienen.