Entramos y respiramos el calor generado por la parrilla del primer piso. Bajamos y casi todas las mesas están ocupadas por algunos yuppies, unos cuantos japoneses y escasas familias.

Mikado tiene la típica simplicidad japonesa: techos angulados, líneas rectas, láminas de madera y una luz tenue. Nos sentimos perdidos ante la gran variedad de platillos; escogemos un maguronatto como entrada. De apariencia extraña, sentimos la viscosidad del frijol de soya con que se acompaña el atún. Está fermentado, por lo tanto sabe amargo, pero combinado con la frescura del atún crudo y con lo ácido de la salsa de soya, el resultado es bueno.

La brocheta empanizada ebi to chizu conserva el sabor dulce y seco del plátano macho y la cremosidad del queso Philadelphia. Cuando llega la torta de mariscos, nos imaginamos los cabellos de la Medusa, pues sus porciones son redondas y alargadas con zanahoria y cebolla rallada. La salsa que baña a la torta es dulce y contrarresta con la intensidad de la cebolla y la pesadez del capeado.

El kata yakisoba es una deliciosa combinación de fideos fritos estilo chino que caen por la boca mezclándose con la grasa del cerdo, la ligereza de las verduras, la intensidad marina de los camarones, la suavidad de los trozos de pollo y lo astringente del jengibre. Las porciones fueron tan considerables que el postre quedó en el olvido.

Queremos venir un fin de semana, quizá los meseros sean más atentos y no tarden tanto en tomar la orden.