Los feligreses de esta catedral del pozole estilo Tixtla, Guerrero, vienen a postrarse ante un plato chico, mediano o grande del exquisito caldo blanco con su consabido maíz en grano. Puede ser de lengua, oreja, cuerito o trompa. O de pollo, para los que siempre andan pregonando “tan rica que es la carne de cerdo, pero tan dañina”.

Sí, el pozole blanco es la estrella en esta casa modesta, popular y pintoresca con casi 40 años de vida (sus orígenes están en El Toluco, que los tragones de la tercera edad recuerdan por los rumbos de La Lagunilla). Su sabor final tiene mucho de creación personal, pues depende de la alquimia individual que se aplique al cucharear el orégano o el chile. Pero un día se puede decidir cambiar esa feliz costumbre y optar por el estupendo pozole verde. Imagine el tragón profesional una especie de pipián caldoso, en donde el sabor de la pepita se deja paladear como si de un mole concentrado se tratara.

Si no hay reticencia frente a la carne de puerco, éste es el lugar. Las carnitas son excepcionales, y hay especialidades, como las tostadas o tacos de chanfaina (carnitas surtidas servidas con una salsa roja caliente y picosita) y los tacos de achicalada (residuos de carnitas bien fritos, salados y seguramente saturados de colesterol, pero deliciosos). Si de plano el imperativo de salud es elevado, el pollo de carnitas es una opción que permite no añorar el sabor de la carne de cerdo.

La costumbre dicta coronar una comida en Los Tolucos con un choux de la casa, un pastelito con azúcar glass, mermelada de fresa y relleno de crema pastelera. La comida es tan sabrosa como humilde y transclasista el lugar. Tríos, duetos, vendedores de lotería y un retrato autografiado de la Chilindrina honrando a “mi restaurante favorito”, terminan por darle un sazón pintoresco.