Por: Alejandro Zárate

Parece increíble que puedan existir lugares con tanta mediocridad. Desde fuera es invitante pero en el primer escalón el comensal puede darse cuenta del error cometido, si sigue es porque de plano el hambre aprieta.

Las pastas, consistentemente de mala calidad resulta aguadas por fuera y medio crudas por dentro. Las salsas en total desbalance de hierbas denotan que el cocinero está fuera de sus cabales, ni la sal soluciona el problema, sin mencionar que el salero oxidado desalienta a cualquiera.

Luego de mucho esperar llega una tristona bruscheta de aceituna y parmesano que apenas y logra saborear el gusto, más fría que tibia elaborada con bolillo en rebanadas sobre una cama de lechuga cortada en tiritas.

Los platos van llegando a destiempo sólo para confirmar que las sospechas iniciales son ciertas. A pesar del nombre el decorado y el horno de piedra, el lugar destaca más por su mezcla de aromas entre desinfectante, incienso y desodorante.

Las opciones para plato fuerte están entre la abominable versión de pizza con arrachera y el plato de carnes que resulta lastimero al gusto. Sobre cocido y crudo en el mismo plato, acompañado de chiles toreados y un chimichurri que apenas logra rehumectar la carne previamente deshidratada al fuego.

El vino por copa, sorprendentemente, resbala con facilidad. El servicio es lento, desatento y especialmente desatinado.

El precio, es accesible, lo que no justifica el resto de desatinos. Se dice que las pizzas se medio salvan, pero es cuestión también de suerte. Así son las condiciones en la zona menos glamorosa de Masaryk.