Un clásico de la cocina francesa en la CDMX. Lleva 47 años en el mercado, ha sobrevivido diferentes épocas y se ha mantenido en el gusto de la gente. Con su ambientación tipo chalet, apenas se cruza la puerta de La Casserole, el comensal se olvida del tráfico de Insurgentes.

En este espacio el ritmo corre a la justa medida que requiere la preparación de los platillos que lo han hecho famoso: el fondue de queso, o el de carne, la sopa de cebolla clásica y la carne tártara. Más nuevos son el huachinango almendrado, en costra de almendra con salsa de tres quesos, y la chuleta de cordero vert pre, asada a la parrilla y acompañada de poro cremoso y papas rostizadas al romero. Para abrir boca, una buena idea es la ensalada césar, que aquí preparan al lado de la mesa.

Pero vayamos al principio, la primera grata experiencia cuando se llega a La Casserole ocurre cuando el mesero ofrece mantequilla… de sabores. Uno puede elegir entre la de ajo, apio, cebolla, anchoas, entre otras. El jugo de carne es una garantía. Lejano al caldo desigual de otros restaurantes, aquí se degusta un tazón sin residuos. El sabor del jugo, además, no es altamente recargado. Hay que tener cuidado de sólo agregar unas gotas de las salsas de aderezo, para no arruinar el sutil sabor.

La temperatura del foundue siempre la es correcta. El de los cuatro quesos está en su punto y se vuelve adictivo en cuanto se inserta el pan en el cubierto para sumergirlo en el queso. Es una opción ideal para una cena o en días húmedos.

El carrito de los postres presenta una buena variedad y a la vista lucen muy apetecibles. Algunos son flameados, como las diferentes crepas dulces. La carta de vinos destaca por contener productos de alta calidad a precios accesibles, así como etiquetas de alta gama que responden al gusto del catador más exigente. La atención esmerada y lo acogedor de La Casserole la vuelven una apuesta ganadora.