La tendencia de gourmetizar al taco ya se instaló, las nuevas apuestas van por todas las canicas. El espacio, el servicio e incluso el uso que se da al lugar.

Al centro de este amplísimo local están las mesas para echar la ficha con unas chelas dándole cuerpo con unas tortas. Toda la orilla, está dedicada a algo similar a un bistro que remata con desniveles, herencia familiar del Rexo. Inevitable tener una sensación retro-sesentera con el piso, la doble altura, la celosía de la fachada y la madera que enmarca la barra de donde cuelgan enormes pizarrones que repiten el menú. Destaca el pato con mole. Un aro de pasta philo cubierta de ajonjolí, contiene el arroz a la mexicana. La pierna y muslo vienen fritas y crujientes, bañadas con aromático mole. El sabor, fantástico.

El servicio es amable y bien preparado aunque la carta de vinos es un asalto en despoblado, la opción es el agua fresca de jamaica con pétalos de rosa. Impecable, de final meloso. Se disfruta más sin popote.