El idioma ruso es uno de los más difíciles de aprender, sólo su alfabeto requiere casi un año para entenderlo tanto en comprensión lectora como en pronunciación. Ahora, si bien es un idioma poco comprensible, la comida en cambio, es el idioma universal.

Y hablando de eso, Kolobok es un restaurante ruso cuya máxima es: comida rusa para el corazón o como se diría en ruso: еда с сердцем. El ambiente es re pintoresco, justo lo que necesitaba el gris espíritu chilangoles, las ventanas tienen motivos rusos y adentro, un mural con una campiña del sur de Siberia.

En sí, el lugar es pequeño pero acogedor y siempre está medio lleno de personas amantes de la comida de Europa del este así que prepárate para un festín variado y distinto a los tacos de carnita de la fonda de al lado de tu casa.

A pesar de que puedes desayunar, esta comida no es como la gran cosa así que nos saltaremos hasta las entradas de una comida típica. Si pretendes meterte de lleno en este mundo moscovita, pide una grechka: un cereal de alforfón o trigo sarraceno, comida tradicional del gigante ruso por siglos y aquí te lo traen para que comas como todo un siberiano.

Las entradas suelen ser algo austeras: arroz con huevo, canapés de salmón o de caviar, pepinillos y jitomates salados. Obviamente, reflejos de la vida en los campos rusos. La comida fuerte si es harina de otro costal.

El vareniki es una delicia hecha de pasta (muy parecidos a los tortellinis) rellenos de requesón, se sirve con una salsa tártara y la porción es respetable aunque su sabor sea más bien suave. Si necesitas algo más robusto para trabajar en los amplios campos de la hostil Tenochtitlán, mejor pide un befstroganof (tiras de ternera o solomillo, con hongos y cebollas) con pasta o con puré, eso si que es sustancioso.

De último, pide el genial pastel de miel, imperdible si quieres llevarte a Rusia en el corazón y el estómago.