Nunca me convenció Nudo Negro, pero dicho restaurante sirvió para que los cocineros Daniel Ovadia y Salvador Orozco practicaran las técnicas necesarias para reproducir los sabores de la gastronomía asiática. Basta un sorbo a su potente sopa laksa –base de curry, lemongrass, camarón, pasta, tofu y germen de soya– para comprobarlo. Condimentado, picosito y adictivo, así es el primer platillo que probé en Jefe Wong, el cual abrió mi apetito y curiosidad por la cocina de Singapur.

La estética del lugar es como cualquier local chino o japonés en el que hayas estado. Un vinil de flores de cerezo, una foto de Singapur que abarca toda una pared y una ilustración de un personaje riendo, es todo lo que destaca. Así que es mejor concentrarse en la comida.

Para botanear pide las empanadas, son de papa con huevo al curry y traen una salsa agridulce que querrás llevar un litro de ella a casa. Aunque las alitas de pollo bbq también son buena opción. Si te gusta el pad thai, entonces ordena a su primo, el hokkien mee: noodles de huevo y fideos de arroz hechos en casa. Estos se combinan con camarón, calamar y la deliciosa grasita del pork belly. Unas gotitas de limón y estarás listo para saborearlo. El guisado especial Wong con cerdo y hongos llega en una olla que borbotea por su temperatura y tiene un sabor que hasta Mafalda aprobaría.

Ya que si la cartera viene holgada, el chilli crab es obligado: cangrejo al wok con salsa de chiles, cilantro y mantou –pan al vapor frito–. Un platillo con el que terminarás como niño tras haber comido chocolate, pero no te apures que te ponen un babero. Como buen restaurante asiático, lo mejor es compartir todos los platos al centro. Sirve que pruebas un poco de todo. Mi única queja, además de los platos de melamina, es su ubicación. Queridos Godínez de Santa Fe, ahora los envidio.