Los precios son altos, pero el lugar lo vale. Se llena todos los días de la semana, tanto a la hora de la comida como a la hora de la cena. La reservación es recomendable.

El ambiente es tranquilo, pero al mismo tiempo se siente mucho movimiento: grupos de oficinistas, amigos, señoras, parejas… además es un lugar que se presta para el ligue cuando uno ya alcanza cierta edad.

El servicio es remarcable, tanto que hasta puede ser un poco molesto, pues un montón de meseros suele estar detrás de uno, chocando entre sí, y hablando sin parar, en vez de permanecer en silencio.

La carta de vinos es muy cara –por copeo ni se diga–.

Los deliciosos dumplings (equivalente a los ravioles) están envueltos en una pasta llamada wongtong, un poco sobrecocida, aunque eso deja de importar al descubrir el interesante relleno de vegetales. El moo goo gaipan deluxe, que es pollo en finos y suaves trozos bañados en una salsa blanca, espesa y ligeramente agridulce que no interfiere con las diferentes intensidades de dulzura y los sabores de los vegetales que lo acompañan (que son casi siempre los mismos que los de los dumplings), como los chíncharos chinos, dulces y jugosos; los cebollines, que dan un poco de acidez; los champiñones, la castaña abundante en agua, las zanahorias y los bastoncitos de bambú.

Como el pan en otros restaurantes, aquí el arroz llega automáticamente para acompañar los platillos.

Al final, para quitar el sabor del último platillo, aparece una heladito de limón. Y continuamos con el postre; uno ligero, pues las porciones son grandes, así que ojo. Podrían ser unos lychees, esas frutitas blancas, de origen chino, que al morderlas explotan y dejan salir su jugo entre acidito y dulce que dejan una sensación de frescura.

Lo que no es recomendable es comerse la galletita de la suerte, pues están un poco rancias. Mejor sólo rómpela y lee el mensaje que es divertido.

Facebook.com/pages/Hunan-México