Por: Alejandro Zárate

Durante más de 50 años Marthita ha estado al pie del cañón. Hoy ya son cuatro generaciones de «huaracheros» que atienden con el mismo sazón y ambiente familiar.

Marthita inició el negocio junto a su marido, luego sus hijas siguieron la tradición y hoy, permanecen funcionando dos de los establecimientos con mesas corridas, sillas de madera y manteles floridos.

Aquí se puede vivir la ciudad profunda en todo su folclor, señoras gritando «pasele güerito» a todo transeúnte (sea güerito o no), servicio Express y dedicado mezclado con un sabor inigualable.

La nieta y bisnieto de Marthita ofrecen pancita, enchiladas y uno de los caldos de gallina más reconfortantes y deliciosos. Ideal para reavivar el espíritu luego de la fiesta.

La especialidad son los enormes huaraches, llamados en algunos lugares «orejas de elefante» (similar a un tlacoyo, masa rellena de frijol en un tamaño descomunal), con una no menor porción de costilla de res o hígado encebollado que por supuesto es la más extrema y rica combinación. Pura vitamina B.

El sabor es sutil, con un toque dulzón por la cebolla caramelizada, y finamente redondeado por salsa verde o roja con picor y acidez justas. De guarnición un nopal asado y aguacate en rebanas. Los profesionales lo acompañan con un champurrado (atole de chocolate) perfectamente terminado con pinole (polvo de maíz tostado con canela).

Por cierto, el señor pinolero anda por ahí ofreciendo su delicado producto a «dos» por $15.

Los que frecuentan el lugar saben que la autoridad de Marthita en temas de «huarache» es tal, que candidatos presidenciales la han visitado en su establecimiento durante sus campañas.