Es un changarro en San Cosme que hace más dinero en cinco metros cuadrados y en cinco minutos de lo que hace cualquier restaurante de postín en todo un mes. Así dice parte de un artículo de periódico ampliado como póster que adorna el Califa de León, el original, el que lleva 37 años de vida en el mismo sitio y sin ninguna ampliación.

Con tan sólo cinco personas ya se ve lleno. Si vienes, con suerte podrás colocar tus tacos en una pequeña y angosta barra o, ya de perdis, entre la charola de la carne untada con manteca de cerdo o entre el bote de la propina. Aunque lo más común es comer los tacos en la banqueta.

No falta quién te pida dinero, pero tú vas a estar distraído, observando el puesto que ocupa la mismísima virgen de Guadalupe (a la que seguro se encomiendan) o el póster de expo mujer. Vas a estar masticando cada bocado de los tacos de bistec, costilla o gaonera, las únicas opciones que tienen y que son suficientes para el éxito de este lugar. Para acompañar hay refrescos.

Sobre unas deliciosas y esponjadas tortillas hechas a mano, el empleado echa la carne entera con sus granos de sal, aceite y limón. La grasa se desparrama por la tortilla y los pellejos se cuelan entre los dientes. Si te gustan, adelante; si tienes problemas con ellos, quizá te cueste trabajo separarlos de la carne, por cierto ni muy suave, ni muy rica.

Llegar antes de las 11 de la noche es todo un caos: música estridentísima, autos en doble fila, gente caminando de prisa… tendrás que abrir muy bien los ojos para descubrir al Califa, devorado por los puestos de ropa, tenis y discos.