Es uno de los secretos gastronómicos mejor guardados de la ciudad. Decorado entre lo glamoroso y relajado chic, es ideal para una comida de negocios en su hermoso salón, o un desayuno o cena romántica en la terraza. Por el frío no te preocupes, además de calentadores, tienen servicio de cobijas y te tratan tan bien que sientes el calor de hogar.

Digno de admiración es que en poco más de tres años de existencia ha renovado su carta hasta llegar a lo que hoy es una selección irreprochable de exquisiteces. Por ello te recomendamos las croquetas de jamón serrano y el atún sakudori en costra de ajonjolí negro y fideo chino.

Una de las pruebas de fuego de cualquier restaurante es su crème brûlée. El de aquí es suave en el centro, firme en las orillas y la capa de azúcar, crocante y nada amarga. Prueba más que superada. Incluso Gordon Ramsay esbozaría una pequeña sonrisa de aprobación. O prueba el cheescake de queso de cabra, es beeeeeellísimo.

La cava de vinos es como cualquier fin de semana en la Condesa: encuentras italianos, franceses, argentinos, uruguayos y mexicanos. En definitiva, un lugar al que se apetece volver una y otra vez.

En fin de semana por la noche es probable que encuentres música en vivo, como: trío de boleros, piano y violín o algo de jazz.