Como si se tratara de Rue de la Paix en lugar de Avenida de la Paz, este “resto”, mejor conocido como Cluny, tiene abiertas sus puertas, desde hace más de 40 años, a los que buscan lo mejor de la comida francesa.

Ubicado en una casona porfiriana de principios del siglo XX, da la ambientación perfecta de una brasserie estilo Art Nouveau, decorada con pósters de Lautrec y Cheret, entre otros. La atmósfera es relajada, el mejor lugar para sentarse –si el clima lo permite- es en las mesitas de afuera, viendo de frente, a la auténtica usanza parisina. La música da el toque final, siendo una mezcla de lo mejor de la chanson francaise en versiones instrumentales.

La carta ofrece lo que podría esperarse en un restaurante de este tipo, ensaladas, quiches, carnes, aves, pescados, pero sobre todo crepas y más crepas. Las más recomendables son la Forestière, elaborada con harina de trigo sarraceno, la Quatre-fromages y la Azteca, de pollo, poblano y elote.

La mayoría de las crepas pueden ser elaboradas con harina común o de trigo sarraceno, justo como la receta bretona lo exige, la cual además de ser más nutritiva, intensifica los sabores. Las porciones son de entre 200 y 220 gramos y muchas de las cremas van acompañadas por una ensalada.

Pero si tienes hambre como si hubieras recorrido el Tour de France completo, lo mejor es pedir una ensalada –la de casa es una versión tropicalizada de la mediterránea aunque le hace falta lechuga– plato fuerte y postre. Del que sugerimos una crepa simple con mantequilla y azúcar, que es la más simple, pero la más difícil de elaborar.

Cluny cuenta con una extensa carta de vinos nacionales e internacionales, así como coctelería clásica, para acompañar los alimentos.